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lunes, 7 de enero de 2013

Lo que yo te diga - Rafael Sanmartín

AQUEL CUATRO DE DICIEMBRE

          No parece que fue ayer, ni fue ayer. Y, sin embargo, estamos en el mismo sitio.
          En 1977 Andalucía sufría una tasa de paro superior a la de cualquier “comunidad o región” de España. En 1977, “dos de cada tres emigrantes, uno de cada dos parados, uno de cada tres analfabetos… son andaluces”. Teníamos menos cadenas de televisión, menos televisores en los hogares y ni idea de que pudiera aparecer la TDT.
En lo demás nada ha cambiado.
En 1976 murió un joven andaluz en Almería, por escribir en una pared, con un spray “Pan, trabajo y libertad”, se supone, porque las balas de la guardia civil sólo le dejaron escribir “Pan T”. En 1977 otro joven perdió la vida mientras caminaba en manifestación para exigir autonomía, por la Alameda Principal de Málaga, junto al puente de La Aurora.
Antes habían caído otros. Carmona, Granada, Morón, Sevilla…
Otros continúan cayendo, eso es lo peor, aunque ya no se disparan balas, ahora somos más sofisticados.
Ni exageración, ni figuración, ni injuria.
Ya no hay gatillos apretados por dedos desaprensivos, evocación de imposible recuerdo franquista.
¿Imposible…?
Ahora los egoísmos neo-fascistas entregan los barcos y la honra, para que nuestros pescadores puedan morir de hastío; ahora entregan el arroz, la mies, los frutales, el olivo y las olivas; se sacrifica nuestro agro al canon depredador de una industria norteña necesitada de intercambios con terceros. La misma a la que se sacrifica con entreguismo culpable la escasa industria que nos queda y por eso cada vez es más escasa.
Ahora se enseña cómo llegar al pelotazo a través del ladrillo o de la destrucción de nuestros montes y nuestros acuíferos; cómo se abandona la agricultura sostenible en beneficio de un insostenible turismo de aluvión y temporalidad. Ahora el presidente del PSOE nos aconseja aprender catalán para que podamos encontrar trabajo. Y  nadie se muere de vergüenza.





 
Sumidos en la mayor crisis económica que haya podido conocer toda generación viva, sin perspectivas de recuperación próxima, sin síntomas de que las autoridades económicas se planteen más actuación que hacerse la antítesis de Robin Hood, volvamos la vista atrás.
Hemos perdido conciencia reivindicativa, hemos perdido conciencia de grupo, hemos perdido identidad nacional.
Y hemos perdido poder adquisitivo.
Una obra perfecta. El mejor montaje del pseudo-socialismo implantado en el poder gracias a una transición incompleta, completado por los peores gestores de la historia, formados en el completo y exclusivo logorreísmo demagógico.
Tenemos más confort. El confort nos ha hecho más individualistas, cómodos, egoístas, cobardes, conformistas. Por eso, por todo eso, estamos mucho peor que entonces.  En estos treinta y dos años, los sueldos pueden haber subido un promedio de diez veces el valor de 1977. Aproximadamente un 1000%. ¿Hay consciencia de que la vivienda ha subido en el mismo período más del 3000%?
Cuando en julio de 1977, un grupo de “extremistas” (como nos llamó la prensa de la época) del grupo cultural “Averroes Estudio Andalusí”, empezó a convocar reuniones con todos los partidos, asociaciones, sindicatos y personalidades, para convocar una gran manifestación unitaria, multitudinaria y simultánea en toda Andalucía, había unas motivaciones muy claras. Y un ambiente propicio. Había conciencia de la necesidad del cambio.
Cuando en julio, agosto y septiembre de 1977, el partido llamado “Socialista Obrero” y español y el Partido Comunista de España, se oponían a la convocatoria de aquella manifestación, llevaban a la práctica su política anterior, contraria a la autonomía de Andalucía. Y cuando la tomaron en sus manos, anulando a los promotores, se aseguraron el control. Ya que no podían detenerlo, al menos lo dirigirían; para no quedarse desplazados, para no perder el apoyo de tantos andaluces como confiaban en sus siglas; para no caer marginados por los millones de andaluces que confiaban en la Autonomía como solución a su problema. Nuestro problema: el de la dependencia económica y política, el de la postración; el de la tierra más rica de los hombres más pobres. Y, al controlarlo, impedían que se “desmadrara”. No. No sólo. Al controlarlo lo reconducían: aprovechando la confianza que inspiraban sus siglas, lo dejaban vacío para seguir manteniendo el más puro centralismo con las manos libres.
Desde entonces, votar perdió su valor democrático para convertirse en mero acto reflejo.
En 1974 –fecha del congreso de Suresnes- en que el entonces “Partido Socialista” pasó a manos del denominado “Grupo de Sevilla”, apoyado por la internacional socialdemócrata, con Willy Brant, Olof Palme y Carlos Andrés Pérez en cabeza, se fijó la estructura para cuando muriera el dictador y el régimen se viera obligado a disolverse: un Estado unitario centralizado, con sitio para tan sólo dos autonomías: Cataluña y Euskadi, para quienes se inventó el apelativo de “históricas”. Poco después se abrió un poco la mano para hacer sitio a Galicia en el grupo de los privilegiados. Para los demás, de forma sospechosa, se decía “primero la democracia, después la autonomía”. Frases como “no podemos distraer ni un gramo de energía en la lucha primordial que es la conquista de la democracia”, referidas a Andalucía, se  pueden hallar a cientos en las hemerotecas. Además de discriminatorio, el aserto era infamante, pues suponía –o quería hacer suponer- que el anhelo de libertad, el derecho a la autonomía, el derecho a decidir nuestro futuro, a administrar nuestros recursos, eran contrapuestos a la democracia.
Cuando en 1977 los andaluces nos echamos a la calle para reclamar nuestro derecho a una autonomía de primera, en número muy superior al que han aceptado siempre los medios de comunicación tradicionales y el gobierno, no íbamos por una cuestión sentimental ni por ningún mimetismo geográfico.
En julio de 1977, cuando se celebró la primera reunión de casi todos los grupos políticos, sindicales y sociales –entonces eran en torno a treinta y sólo faltaron tres, entre ellos el PSOE-, en un pequeño local de la calle Bustos Tavera, en Sevilla, estaba muy claro lo que se buscaba: un autogobierno para resolver todos nuestros problemas: paro, falta de poder adquisitivo, educación, respeto al medio ambiente, urbanismo no destructivo, cultura. En definitiva, materia. Éramos materialistas; en ese sentido, sí. Éramos conscientes de que la independencia política requiere independencia económica; que un país sólo puede mantenerse si prospera, si avanza. Y sólo se avanza cuando se es autosuficiente en lo económico.
Sin embargo, en estos treinta y dos años hemos avanzado solamente en infraestructuras viarias, gracias a las subvenciones de la UE, a cambio de disminuir nuestra ya escasa capacidad industrial. La diferencia es notable, porque las subvenciones terminan dentro de tres años. Pero la industria no crece sin dinero y, desde la “llegada” de la democracia, la reconversión más brutal ha sido la andaluza, mucho más que la de la industria pesada del norte; más lenta, más duradera y sin compensaciones: Astilleros, Sevillana, Cobreros, Dumaya, TASA, NUINSA, Intelhorce, HYTASA, Delphi, Santana, Gillette, COOSUR, Molina, el Museo del Baile Flamenco… para la lista faltaría espacio en estas cuatro páginas, ¿para qué continuar? En tiempos normales, la locura del ladrillo es incapaz de suplir esa falta de infraestructura industrial, incluso de absorber los puestos de trabajo destruidos por la política de “concentración” aceptada servilmente por los gobiernos español y andaluz. Ningún país puede vivir de la construcción. ¿Qué ocurre cuando cae la temporalidad? Lo que estamos viviendo. Lo que estamos sufriendo.
En esta situación a la que nos ha llevado una política siempre al servicio de los intereses bastardos del capital europeo y americano con central en Londres, todo esfuerzo individual o colectivo es un brote de esperanza. Una llamada de atención. Una prueba de que sí hay salidas, si los andaluces sabemos superar la inoperancia culpable de la Junta y aprovechar nuestras posibilidades, que todavía existen.
En lo económico –la capacidad cultural está probada, pese a la incultura de nuestros gestores- Covap, Axion, MP, Luis Caballero, Caja Rural de Almería (hoy Cajamar), Cosentino, Extrugal, Tecnológica, Aceites Guillén, Hydral, son algunas muestras de iniciativas capaces de elevarse por encima de la mediocridad y aportar valor a nuestra Comunidad; valor añadido, creación de empleo, riqueza.
En esa línea destaca una de las pocas empresas –es para alegrarse por ella, no porque sea una de las pocas- capaz de cumplir cien años en crecimiento. En 1909, Inés Rosales recorría diariamente, canasto en mano, los siete kilómetros que separan Castilleja de Sevilla, para vender su producción artesanal. Cien años después, su nombre ha dado a conocer el de su pueblo en todo el mundo. Cuando celebra su centenario, salen cada día 300.000 tortas de aceite, hechas artesanalmente, a mano, a mercados diversos de todo el mundo.
En economía se llaman “nichos” los espacios ú oportunidades de mercado. Un nombre horrible para una actividad que requiere mucha creatividad. Andalucía podría cubrir muchos, muchísimos “nichos”, a partir de su propia capacidad creativa. Desde usos específicos para el aceite de oliva, distintos de los tradicionales, o la explotación de su gran riqueza confitera: roscos de Loja, piononos de Santa Fe, alpargatas de Espera, mantecados y polvorones de Estepa, molletes de Marchena, yemas de Écija, alfajores de Medina Sidonia, hojaldrinas de Alcaudete, pechugones de El Viso; masa  real de Sanlúcar de Barrameda, mostachones y bizcotelas de Utrera; torrijas… mejor no continuar y que disculpen los ausentes. Los muchos y sabrosos ausentes. Pero la repostería no es lo único: aceites y productos derivados; mantones de Manila; confección flamenca; instrumentos musicales; moda; conservas vegetales y de pescado; alimentación ecológica. Lo artesanal tiene mercado; todo lo artesanal. La manzanilla no sabe igual en Sanlúcar que en London. Pero en London también gusta. El mostachón auténtico requiere un consumo rápido; pues hoy hay medios de distribución capaces.
Aquel fabricante de sprays para plantas domésticas, que se negaba a participar en una campaña conjunta con la fútil explicación de “no soy andalucista” se equivocaba. Porque nadie le había pedido declaración ideológica alguna, y porque no renunciaba a dar apoyo a su tierra: renunciaba a obtener notoriedad para los productos de su empresa. Mucho más positivo que ese comportamiento, desgraciadamente tan extendido, es producir y distribuir diariamente 300.000 tortas de aceite; dar a conocer el nombre de Castilleja de la Cuesta en todo el mundo; dar empleo a varios cientos de personas.
Los propietarios de Inés Rosales pueden creer más o menos en Andalucía. Pueden sentirse andalucistas o no. Lo ignoramos. Pero lo sepan o no lo sepan, están haciendo andalucismo. Porque están haciendo Andalucía.
Andalucía necesita conocerse a sí misma. Andalucía necesita cultura; cultura andaluza. Andalucía necesita enseñanza de calidad. Andalucía necesita respeto a sus valores, a su arte, a su historia, a su naturaleza, a sus ciudades, empezando por los propios andaluces. Y para todo eso hace falta independencia económica. Porque a nadie se le puede pedir responsabilidad con el estómago vacío. Y porque todo requiere inversión.
Lo único que puede sacar Andalucía de su estado de abandono en todos los órdenes, es una estructura industrial y económica eficiente y permanente. ¿Será por eso por lo que Chaves impidió la creación de un banco andaluz? ¿Será esa la razón de que la única salida para los gestores que nos ha tocado sufrir, sea el cierre continuo, permanente, de empresas y los impedimentos a la creación o consolidación de otras?
Vaya usted a saber.
Pero cuando lo sepa, vote en consecuencia.

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