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viernes, 26 de septiembre de 2014

OSIO de Córdoba



Nació en Córdoba en el año 256, y murió a la edad de 101 años, en el 357. Osio, miembro de una familia de la aristocracia bética de Córdoba, es elegido obispo de su ciudad natal en el 294 y sigue siéndolo cuando se celebra el concilio de Iliberri en los primeros años del siglo IV (también conocido como concilio de Elvira). También parece que está al frente de la diócesis cordobesa cuando el emperador Diocleciano promulgó los edictos contra los cristianos en el 303.
Curiosamente este personaje, a pesar de ser bastante desconocido, sin embargo podemos considerarlo como una pieza clave en la consolidación del cristianismo en los territorios del imperio romano, en general, y de la Bética, en particular.

Osio vivió la primera mitad de su dilatada vida, una etapa en la que el cristianismo fue arraigando entre los hispanos a pesar de estar perseguidos como una secta secreta y peligrosa para el Imperio. Esta implantación de la iglesia entre los hispanos, en general, y especialmente entre los béticos, lo podemos deducir de la celebración en la antigua ciudad turdetana de Iliberri del primer concilio hispano del que se tiene noticias y uno de los más importantes llevado a cabo en las provincias romanas antes del gran concilio ecuménico de Nicea. A este concilio, presidido por el obispo Félix de Acci (la actual Guadix) la mayoría de los obispos y presbíteros que acuden son de la bética, entre ellos el obispo Osio de Córdoba .
En esta época ya vemos la aceptación del cristianismo por parte de la oligarquía económica de la bética, como es el caso del propio Osio. Esta circunstancia la vemos reflejada en algunos de los cánones del Concilio de Ilíberri que consagran y ratifican el orden social existente. Como curiosidad, podemos resaltar de este concilio uno de sus cánones donde se recoge la prohibición de las imágenes en las iglesias.
Pero el cordobés Osio también es un personaje central en la extensión del cristianismo por el imperio romano y en el triunfo del catolicismo en el concilio de Nicea sobre otras posturas discordantes del cristianismo como el donatismo y el arrianismo.
Osio vivió y sufrió en sus carnes la persecución a los cristianos del Emperador Diocleciano. Esta persecución, a pesar de ser la última, fue la más sangrienta y la que originó el martirio de muchos cristianos que se negaban a adjurar de su fe. El mismo Osio, aunque no llegó al martirio, sí sufrió grandes torturas, lo que le sirvió para adquirir un gran prestigio entre los cristianos con el apelativo de “confesor de la fe”.
Parece que este prestigio le llevó a ser consejero del Emperador filocristiano Constantino I y, seguramente, su intermediación sería decisiva para que el Emperador promulgara en el año 313 el conocido como edicto de Milán, por el que se dejaba de perseguir a los cristianos y se legalizaba la libertad de culto, permitiendo el cristianismo como otra de las religiones del imperio. Gracias a ese edicto el cristianismo se difundió muy rápidamente por todas la provincias.
Osio también tuvo una intervención decisiva en la confrontación que hubo en su época entre una visión del cristianismo, conocida como arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo y la que defendía la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo, junto con la del Padre. Esta era la postura conocida como trinitarismo y que en el concilio tuvo como máximo defensor al sacerdote norteafricano Atanasio de Alejandría.
El obispo cordobés es el que preside el concilio ecuménico de Nicea en el 325, que es, donde se puede decir que nace el catolicismo actual.  En Nicea se condena el arrianismo y se proclama el credo de la fe cristiana. Ese credo, modificado ligeramente en un concilio posterior de Constantinopla –en el que se le añade la divinización del Espíritu Santo, es el que es el que ha llegado hasta nuestros días.
Siendo ya muy anciano, el emperador pro-arriano Constancio II, decide terminar con la gran influencia de Osio y le obliga a condenar a Atanasio de Alejandría que seguía combatiendo el arrianismo. Osio, a pesar de sus cien años, todavía tiene fuerzas para enfrentarse a los dictados del Emperador y le contesta con una carta en la que se niega a condenar a Atanasio y le exige que deje de inmiscuirse en los asuntos de la Iglesia. A pesar de esta firmeza, parece extraño que Osio firmara un año después en el concilio de Sirmio una abjuración del credo niceno. Si eso fue una equivocación, no le dio tiempo a rectificar pues murió en esa localidad poco después con 101 años.

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