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viernes, 30 de enero de 2015

WALLADA



            Wallada bint al-Mustakfi, nació en Córdoba hacia el 1009 y murió octogenaria en el 1091, justo cuando los almorávides tomaban Córdoba. Era hija de Muhammad al-Mustakfi, uno de los efímeros califas de Córdoba durante la fitna o guera civil, y de la esclava persa cristiana Amina, mujer de la que heredó su gran belleza y los dotes para la danza, así como el dominio de la lengua griega.
            Wallada, que quiere decir “la que ilumina” fue alumna de Ibn Hazm que ya veía en ella el talento que llevaba dentro.

            Su padre, que era biznieto de Abderramán III, y por lo tanto tenía sangre omeya, fue uno de los últimos califas cordobeses, que llegó al poder el 11 de enero de 1024 asesinando al anterior califa Abderramán V y fue a su vez asesinado a los dos años en Uclés (Cuenca) cuando Wallada tenía sólo 16 años.
            Su adolescencia transcurre en las guerras civiles que marcan la agonía del Califato, en medio de todo tipo de intrigas palaciegas desencadenadas tras la muerte del hijo de Almanzor, al-Muzzaar.    A la muerte de su padre podía haber seguido la costumbre de otras grandes damas pasando a formar parte del harén del siguiente Califa para ser su esposa o su concubina. Pero Wallada rechazó ese papel y prefirió ser dueña de su propio destino.
            Como su padre no tuvo descendencia masculina, heredó los bienes y abrió un palacio donde se dedicó a educar a chicas de buena familia y al que acudían también los más prestigiosos poetas y literatos de su tiempo atraídos por su refinada cultura y por la exuberante belleza de la anfitriona, muy diferente a los cánones de la época:, pues era rubia, de piel clara y con los ojos azules, además de inteligente y orgullosa.
            Admirada, envidiada y criticada, se paseaba por Córdoba sin velo y desafiante ante las críticas de los integristas. Llegó a bordar en oro en su túnica los siguientes versos:
Por Alá, que no merezco otra cosa que la gloria,
llevo mi cabeza bien alta
y sigo con orgullo mi camino. 
Doy gustosa a mi amante mi mejilla
y ofrezco mis besos a quien yo elija.

            También tuvo el atrevimiento de participar en las competiciones masculinas de poesía y de completar poemas inacabados mostrando libremente su rostro, conducta que le hizo ser llamada "perversa" y ser criticada muy duramente por los integristas, aunque también tuvo numerosos defensores de su honestidad, como su maestro Ibn Hazm, autor de El collar de la paloma, y el visir Ibn Abdus, su eterno enamorado que, al parecer, permaneció a su lado y la protegió hasta su muerte, cuando ya era octogenaria.
            La gran pasión de su vida fue el poeta Abenzaidún o Ibn Zaydún, con el que mantuvo una relación secreta, dada la vinculación del poeta con los Banu Yahwar, linaje rival de los Omeyas al que ella pertenecía y que le hacía andarse con cuidado por Córdoba. Sobre esta relación giran ocho de los nueve poemas que de ella se conservan.  Parte de esos versos fueron los que se dedicaron el uno al otro en las justas literarias, de moda en la época, en las que, jugando a completarse poemas se iban declarando su amor.
             La relación se rompió por la traición de Ibn Zaydún con una esclava negra de Wallada, Parece que fue su amigo Ibn Abdus, que le profesaba un amor secreto no correspondido, el que se entrometió en la relación de amor entre Wallada e Ibn Zaydún revelándole los escarceos amorosos con su esclava. Esta relación enfureció a Wallada que no le perdonó su traición. A la misma vez, Ibn Abdus consiguió que se le acusara a Ibn Zaydún de un dudoso delito y se le encarcelara en 1041. Desde la cárcel intentó el perdón de Wallada mandándole versos. Pero ella le respondía con versos de desprecio. Los amantes nunca más volvieron a unirse.
            Ibn Zaydún consiguió salir de la cárcel y refugiarse al amparo del rey poeta Almutamid de Sevilla al que sirvió como embajador.
            Entre sus alumnas destacó Muhya bint al-Tayyani, una joven de condición muy humilde (hija de un vendedor de higos) a la que acogió en su casa y que terminó denigrándola en crueles sátiras y desvelando la existencia de un hijo secreto de Wallada. Recordemos que era soltera y que eso no estaba bien visto.
Wallada murió el 26 de marzo de 1091 el mismo día que los almorávides entraron en Córdoba.

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