El callejeo por
la Medina de Marraquex nos había acuciado la sed, por lo que decidimos pedir en
un puesto de la gran plaza un zumo de naranja natural. Las exprimieron ante
nosotros, y mientras estábamos tomando el zumo, para sorpresa nuestra el dueño
del puesto nos estaba preparando un té verde. Tras tomar el zumo aceptamos el
ofrecimiento gratuito que este hombre nos hacía y con pausa lo tomamos. La
verdad, era exquisito. Comenzamos a andar curioseando por la variopinta plaza,
mientras la oscuridad de la noche avanzaba. Las luces y lucecitas de los corros
de gente se extendían por Yemaa el Fená. Unos niños chicos de Marraquex
mediante el estirazamiento de una goma, lanzaban al aire una especie de vulanico,
que tras remontar el espacio descendía girando unas pequeñas lucecitas. Lo
hacían una y otra vez para llamar la atención de turistas y viandantes de la
plaza. Después se lo ofrecían a la gente. Nosotros le compramos varios a un
zagal que apenas tendría siete u ocho años y que ya, a tan temprana edad, se
estaba buscando la vida tratando de ingresar algún dinerillo para su familia.
El tiempo avanzaba,
y tras intercambiar unas opiniones decidimos ir a tomar un bocado para cenar en
unos establecimientos que había en una calle cercana a la plaza donde nos
encontrábamos. Estábamos entrando en la calle que nos había indicado un
compañero de viaje cuando mis ojos se fijaron en una joven madre que estaba
sentada en un palet de madera. Junto a ella en la manta que había puesto encima
del palet, dormían dos críos de corta edad, y en sus brazos tenía uno aún más
pequeño. Allí estaba para tratar de sobrevivir con la caridad de la gente. Le
dimos una pequeña limosna, pero a mí, y creo que también al grupo de mis
compañeros y compañeras, esta imagen cruel que crea la desigualdad en muchos
países se nos quedó grabada en nuestra alma.
Callejeamos pero
como la noche avanzaba, tuvimos que decidirnos pronto por entrar a un cafetín
que servían comidas para tomar algo antes de regresar al hotel Meriam, porque a
la hora que íbamos a regresar ya estaba cerrado el comedor.
Pedimos unos
pinchos y algo más. Nos hicieron esperar lo que quisieron para servirnos. La
calidad de lo que nos pusieron no era muy buena, por lo que pronto nos
marchamos de allí. Después de un día tan ajetreado queríamos descansar.
Recordando las
instrucciones que nos había dado nuestro guía Yunes, salimos de las calles
adyacentes a la medina, atravesamos Yemaa el Fená , despidiéndonos ya de ella,
y nos dirigimos a una zona ajardinada próxima a una gran avenida para coger dos
taxis, que estimamos eran suficientes para que nos llevaran al hotel, al
reducido grupo que habíamos quedado hasta el final. Estrujando el tiempo en
este lugar emblemático de Marruecos.
Un compañero hizo un ademán llamando a dos
taxis. Enseguida se armó un gran revuelo en la parada de vehículos públicos, porque todos querían
llevarnos. Al final dos se impusieron y nos abrieron las puertas de sus
vehículos para que nos montáramos. Subimos a ellos. Yo y mi esposa Josefina,
con María José e Inma, lo hicimos en el segundo de los taxis que salió después.
Hicimos unos comentarios en el sentido que íbamos a llegar los últimos. El
taxista cogió el comentario, y acto seguido se lanzó en persecución del taxi de
su compañero hasta que lo adelantó. La carrera ya estaba servida, y más en una
ciudad como Marraquex, donde se conduce alocadamente. Adelantó y nos
adelantaron por la derecha y por la izquierda a gran velocidad mientras los
vehículos circulaban por las amplias y extensas avenidas del Marraquex moderno.
Nos sentimos a salvo cuando bajamos de los taxis a la puerta del hotel Meriam.
Les pagamos el precio que nos pidieron, bastante económico al cambio de moneda,
y entramos en el hotel dirigiéndonos cada uno a nuestras habitaciones.
Nos quedaba la
tarea de preparar el equipaje para no entretenernos nada a la hora de salir al
día siguiente. Yunes nos había citado en el comedor del hotel para desayunar a
las siete de la mañana del día 5 de Mayo. Había que ducharse y entrar en un
sueño reparador que nos pusiera en forma
para afrontar la larga y extensa jornada que nos esperaba en el amanecer del
nuevo día.
Tras hacer un buen desayuno, equipaje en mano nos dirigimos al autobús Volvo que conducía Fran. Al subir al mismo nos esperaba la avalancha de vendedores locales a la cual ya nos estábamos acostumbrando. Por fin el vehículo se puso en marcha y atravesando las grandes avenidas del gran Marraquex salimos de la ciudad hasta entrar en la autovía que nos llevaría a Casablanca, la gran ciudad industrial de Marruecos. Los palmerales los estábamos dejando atrás. Circulábamos ahora hacia el norte. Las grandes montañas del Atlas, al sur se alejaban de nosotros cada vez más, y con ellas el agua que dan sus nieves invernales con las que se cubren sus cumbres. El paisaje semiárido y rojizo nos acompañaba. Algunos/as que habían dormido poco la noche anterior se adormilaron en sus asientos, como si quisieran acortar el largo recorrido que íbamos a hacer ese día. Por mi parte, mis ojos no se apartaban de la contemplación de un paisaje que en esta zona, salvando las distancias, por su aridez se asemejaba un poco al desierto de Tabernas en Almería.
En su marcha al
norte, veíamos a lo lejos algún grupo de pastores. De trecho en trecho
divisábamos a lo lejos alguna pequeña aldea. Veíamos también indicaciones en la autovía para ir a pueblos y
ciudades situadas en la costa.
Había pasado mucho
tiempo desde la salida cuando Fran paró en un establecimiento de la autovía,
para que bajáramos a estirar las piernas y en los servicios de ese local hacer
las necesidades respectivas de cada cual. Tomamos también un café para animarnos.
Pronto de nuevo el volvo enfiló el camino del norte. Yunes nos comunicó que
antes de dos horas, aproximadamente,
llegaríamos a Casablanca. Esta ciudad, y sobre todo su gran Mezquita Hasán II,
iba ser la gran visita que teníamos programada para el último día que íbamos a
estar en Marruecos.
A medida que
circulábamos siempre hacia el norte, poco antes de llegar a Casablanca, el
paisaje se iba desprendiendo de los tonos rojizos que habíamos visto en la
región de Marraquex y poco apoco iban apareciendo el color verde en los campos.
Nos estábamos acercando a la gran ciudad de Casablanca, motor de la economía de
Marruecos, en cuyo país nos dijo Yunes, trabajan más de 500 empresas españolas.
Nuestro guía tetuaní
Yunes, como siempre hacía antes de llegar a una ciudad o pueblo de los que
íbamos visitando en este bello y provechoso viaje cultural, nos dio una
información sobre Casablanca, que
coincide mucho con la siguiente que les extracto de internet:
Los orígenes de Casablanca son poco conocidos,
y parece ser que irrumpe en la historia con el nombre de Anfa que es en la
actualidad uno de los barrios más modernos de Casablanca. No se sabe si fueron
los fenicios, los cartagineses, los romanos o los beréberes quienes fundaron
Anfa aunque cuentan que este enclave fue muy próspero hasta el declive de los
Mariníes (1258-1309). En 1469, Anfa entra en la historia con el ataque de
Fernando de Portugal quien arrasa la ciudad.
En 1515, Anfa es ocupada por los
Portugueses quienes la reconstruyen y fortifican aunque tanto empeño duró
apenas unos doscientos años ya que esta vez es un terremoto quien la
destruye en 1755.
En 1770 es reconstruida por el sultán
Alauita, Sidi Mohammed ben Abadía. Anfa pasa a llamarse Dar El-Beida que
significa en árabe Casa blanca, traducción literal de Casa Branca nombre que le
habían dado los portugueses.
Gracias a los españoles que comerciaban con
los cereales y con la lana, Dar El-Beida se da a conocer y a partir del siglo
XIX. Se convierte en una de las ciudades más importantes de África.
En 1906, Dar El Beida se
convierte en el primer puerto de exportación de Marruecos, el número
de habitantes se multiplica y a par de la llegada de los franceces en
1907 la ciudad se llamará Casablanca.
Marruecos seguirá siendo teóricamente un país soberano aunque en Casablanca el control económico está en manos de empresarios franceses e ingleses. A pesar de una serie de revueltas que surgen en todo el territorio, el 30 de Marzo de 1912 se firma el Tratado de Fez con el que varios países europeos y EEUU acuerdan la internacionalización económica de Marruecos en la que destaca la posición privilegiada de Francia y España frente a Alemania.
Se inicia el periodo colonial con el acuerdo de Protectorado. El General Lyautey nombrado Residente General inicia la organización económica de Marruecos y manda construir un gran puerto. La ciudad fue creciendo con sus calles, edificios, parques y carreteras. Gran parte de la ciudad es obra de los arquitectos franceses Prost y Ecochard. Casablanca está dominada por la presencia de grandes edificios modernos cuyo perfil contrasta con la presencia de construcciones típicas de estilo árabe.
Durante los años 40 y 50, se producen
varias manifestaciones anti-ocupación. El puerto de Casablanca
deviene un enclave estratégico durante la Segunda Guerra mundial y
Casablanca acoge la cumbre anglo-americana de 1953.
La Conferencia de Casablanca con
motivo de la Segunda Guerra Mundial se celebra en el Hotel Anfa, en Casablanca, Marruecos, en ese tiempo era un
protectorado francés. La conferencia se realiza del 14 al 24 de enero de 1943,
con el objetivo de planear una estrategia europea para el funcionamiento aliado
durante la Segunda Guerra Mundial. En esta conferencia estuvieron presentes Franklin Delano Roosevelt, Winston Churchill, Charles de
Gaulle y Henri Giraud.
En 1956, Marruecos recobra la
independencia después de 44 años de protectorado francés y español. Casablanca
desarrolla una actividad turística importante y se convierte en el bastión
económico del país (aunque Rabat siga siendo la capital).
Por fin
avistamos a lo lejos la gran urbe industrial de Marruecos. Al poco tiempo
nuestro autobús estaba circulando ya por las grandes avenidas de Casablanca,
acompañadas de trecho en trecho de grandes rotondas sembradas de bellas plantas
ornamentales, y bordeadas en todo su recorrido con árboles de sombra.. Salimos
de las extensas avenidas y ahora circulábamos por unas amplias y bien cuidadas
calles de los barrios residenciales de la ciudad. Barrios que mostraban grandes
mansiones de lujo, de propietarios extranjeros o no, que tienen un gran poder
adquisitivo.
Yunes nos
comentó que en Casablanca, al contrario de otras ciudades de Marruecos, entre
las que figuran algunas de las que habíamos visitado, se lleva una vida
vertiginosa, propia de las ciudades industriales. Lo que produce estrés a los
habitantes de esta gran ciudad que lleva una vida parecida a las sociedades
desarrolladas de Occidente.
Después de
atravesar los barrios más lujosos y elegantes de Casablanca, Fran dirigió su
autobús Volvo hacia una avenida que conducía a la orilla del mar.
Pronto divisamos de nuevo el océano Atlántico. La
autovía por la que circulábamos ahora de nuevo se dirigía hacia el norte.
Después de haber atravesado las zonas semiáridas de Marraquex, era hermoso en
estos momentos contemplar la bella vista del mar que nos iba acompañando en
estos momentos en nuestro viaje.
En un momento
determinado dirigí la vista adelante, y a través del cristal parabrisa del
autobús mis ojos vieron un enorme y altísimo alminar, o minarete, que entre una
leve bruma se elevaba hacia el cielo. Era el alminar más alto del mundo, el de
la Mezquita Hasan II de Casablanca.
Fin de la undécima parte.
Continuará TEXTO: Manuel Ochando
FOTOGRAFÍAS: Rosario Sabariego, Juan Martos, Manuel Ochando.
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