Nació en Guadix aproximadamente en el primer tercio del siglo
XI, posiblemente en la década de los años veinte de ese siglo. Murió en el año 1092.

Estudió en
Granada con un erudito oriental experto en materias como Astronomía y
Filología. Perfeccionó su dominio del árabe con el famoso filólogo y escritor
cordobés Ibn al-Iflili. También fue discípulo del Cadí de Almería ibn Baskuwal
que fue el que le ayudó a instalarse en la corte taifa almeriense.
Antes de
instalarse en Almería, vivió un tiempo en la taifa de Denia gobernada por al-Dawla
donde ejerció como secretario del rey de Dénia.
Se ganó la
confianza del rey al-Dawla por la calidad de las epístolas diplomáticas que
redactaba en nombre del rey. Eso le granjeó la envidia y las críticas de otros
secretarios y escribanos de la corte. En concreto podemos explicar la anécdota
de uno de esos escritos que había enviado a Egipto en nombre del Rey como parte
de la estrategia diplomática del gobernante de Dénia. Enterado el rey de la hambruna que padecía en
esas fechas el califato fatimí de Egipto, al-Dawla mandó al califa de Egipto un
barco lleno de provisiones acompañado con dos cartas redactadas por Ibn Arqam
que debían ser brillantes para impresionar al Califa y al Visir de Egipto. Y
debieron surtir efecto pues el califa egipcio le devolvió el barco lleno de
dinero, joyas y obras de arte.
Parece que el
éxito de nuestro personaje no gustó a otros miembros de la corte que le
hicieron la vida imposible en Dénia. Al final, Ibn Arqam decidió marcharse de
la corte de Dénia e instalarse en la de Almería donde llegó a ser visir de
al-Mu`tasim Ibn Sumadih de Almería.
Como visir del
rey taifa de Almería tuvo sus luces y sus sombras. Su honestidad y lealtad le
supuso sin embargo algún contratiempo en su labor diplomática. Por ejemplo,
sabemos a través de las memorias de Abd Allah, el último rey zirí de Granada,
de un episodio bastante comprometido para él.
Otra prueba de
esa lealtad es otra anécdota que tuvo como embajador ante la corte de
al-Mutamid de Sevilla, que impresionado por su elocuencia y su personalidad, le
invitó a quedarse en su corte. Ibn Arqam rechazó el ofrecimiento educadamente y
se lo contó a su rey al-Mutasim.
Fue autor de
numerosas epístolas, normalmente en prosa rimada, como era costumbre en su
tiempo, y también se le conocen algunos poemas.
Precisamente
hemos querido hablar de este personaje por ser el autor de un poema en que, ya
en el siglo XI, describe la bandera blanca y verde andaluza.
Se trata de un
panegírico que recitó al ver una bandera verde con una cenefa blanca en manos
de uno de los acompañantes del rey almeriense al-Mutasim, que la desplegaba
sobre la cabeza del monarca. Ese fragmento viene recogido por el historiador
francés de origen argelino, Henri Pérès, en un preciso libro sobre la historia
de al-Andalus en el siglo XI, que se llama El
esplendor de al-Andalus. El poema dice así:
Una
verde bandera
que
se ha hecho de la aurora blanca un cinturón,
despliega
sobre ti un ala de delicia,
que
ella te asegure la felicidad
al
concederte un espíritu triunfante.
Observa
con atención los felices augurios
que
harán surgir ante ti el éxito.
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