dices
mientras aprietas tu espalda
en el
respaldo del sillón
¿Qué es el
olvido?
y ¿tú me lo
preguntas?
El olvido,
es tu afición.
Con
permiso de Gustavo Adolfo, el olvidado. Uno de los (muchos) olvidados.
¿Quién
se acordó en Andalucía, que el pasado cumplieron 175 años de su nacimiento? ¿A
quien le ha pasado por la cabeza, no ya declarar este “año becqueriano”, sino
ni siquiera recordarlo con un acto aunque fuera breve?
Al
Ayuntamiento de Sevilla, su ciudad natal, no. Ni al anterior ni al actual ni a la Junta de Andalucía, que debería
pensar en Andalucía. A lo mejor es un “justo castigo” por haber nacido en
Sevilla, que no se enteran… hombre, por lo menos, podrían disculparlo porque
nació 140 años antes de que se constituyera el (des)gobierno andaluz.
Bécquer
no es un caso aislado. Para cumplir aquello “tan bonito” de “mal de muchos,
consuelo de tontos”, la
Fundación Cansino Assens está a punto de emigrar a la
“Capital del Reino”, cómo se fue la bailaora, por un local de ensayo en un
pueblo de la periferia capitalina. Más grave es que no sean los únicos.
Los
Ayuntamientos están faltos de agilidad (¿o simplemente se llama interés?).
Algunos, porque otros bien que están al quite. Cuando en el cénit del
retrógrado “que inventen ellos”, hace años, allá por los cincuenta, Écija rechazó
una fábrica de cosechadoras y todo terrenos porque era “una tontería”, de
inmediato a otro ayuntamiento andaluz, el de Linares no le importó “aceptar (ese
tipo de) tonterías”. Para quienes veíamos aquello como vetusta muestra de un
pasado vetusto, eriza el vello constatar su lacerante actualidad. Bécquer,
Aleixandre, Carbonell, Taillefer, Canales, Pérez Estrada, Talavera, Aníbal
González, Damas, Alberti, los Machado, Murillo, Velázquez, Herrera, Valdés,
Ybarra, Pumar, Benjumea, –la lista sobrepasa en mucho el espacio disponible-,
son algo más que piezas de museo o rótulos de calles. Deberían ser algo más.
Mucho más. Andalucía continúa dando la espalda a sus valores del pasado y del
presente. Ya es sintomático que Gustavo Adolfo Bécquer, puente entre el
romanticismo y el modernismo y padre de este último, reciba en Aragón, en
Castilla y hasta en Galicia, el reconocimiento que su Comunidad le oculta.
Ahora
bien, es justo reconocerlo, se cuida bien el “mal de muchos…” dejando a su suerte al movimiento de artistas
flamencos, que tenemos el deber moral de proteger y que, además de esa
obligación, nos reportaría una alta rentabilidad cultural, estilística, de
imagen y notoriedad y, por lo tanto, también económica.
El
año de Bécquer todavía no ha terminado. Lo que se haga, o no, depende de la
voluntad existente. Pero compréndase: es mucho pedir, pedir voluntad.
Con L de Libertad
Rafael Sanmartín
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