Los palmerales se sucedían entre espacios de
tierra árida y rojiza. Nuestro autobús avanzaba con velocidad uniforme conducido
por Fran, hacia la gran ciudad de Marraquex. Ahora estábamos atravesando el
puente, de gran número de ojos que salvaba la cuenca de un río casi seco. Nos
estábamos acercando a la antigua capital imperial que fundaron los almorávides,
a partir de un gran campamento fortificado que establecieron al ir consolidando
sus victorias hacia el norte del Magrib.
Al salir de Rabat los compañeros que viajábamos, por consenso, habíamos decidido dar una buena propina a nuestro guía Yunes y a su compañero, el corpulento Idris, que se encargaba de la custodia del autobús. Yo con discreción fui recogiendo el dinero que aportaba cada uno y cuando lo tuve reunido, me acerqué al asiento del autobús que ocupaba Yunes y, en nombre de mis compañeros y mío, se lo entregué diciéndole que se lo repartieran entre él y su compañero. Le dije que lo hacíamos para expresar nuestro agradecimiento por las continuas atenciones que tenían con nosotros. Lo recogió y me expresó su gratitud.
Yunes, antes de acercarnos a los palmerales
de Marraquex ya nos había dado unas pinceladas históricas de esta importante
ciudad. También nos había contado varios detalles útiles de la gran urbe
actual; y seguidamente, como ya por hábito habíamos establecido, micrófono en
mano comencé la narración sobre esta ciudad.
Seguimos con las aportaciones históricas de
Gil Benumeya: “Marraquex resulta el revés de Fez, su otro polo. La primera fue
grisácea estrecha sabia y religiosa. Marraquex rojiza-rosada, ancha, guerrera y
rural. En Fez terminaban idealmente dos extremos de al-Ándalus y del arabismo
oriental. En Marraquex comenzaban las montañas nevadas y allí afluía todo el
nomadismo desde los desiertos africanos del lado atlántico. En Fez se decantó y
refinó un tipo muy localista de habitantes permanentes: los fasíes. En
Marraquex, la población fue siempre variada y fluctuante, como punto máximo de
confluencia de varias regiones llenas de tribus agrícolas y seminómadas. Pero
Fez acabó por ser llamada” la capital del Norte” y Marraquex “la capital del
Sur”.
La antigua capital imperial del Sur, con sus
altas montañas, la cordillera del Atlas, que cual inmenso decorado embellecen
su horizonte con sus picos nevados, que se hermanan con los picos Mulhacén,
Veleta, y Alcazaba de la Sierra Nevada “Granaína”.
La silueta de la Kutubía, hermana de la
Giralda, nos traen el recuerdo, en
Marraquex, de aquella tarde de Noviembre
del año 1590 en la que el sultán Muley al-Mansur, “el dorado” vio salir de
Yemaa el Fená, un pequeño ejército andaluz que marchaba a la conquista del
Sudán, en el río Níger.
El
contingente de esta expedición, morisca o andalusí, se concentró en Marraquex. Iban cerca de seis mil hombres, entre los
cuales dos mil escopeteros de a pie, quinientos escopeteros montados, mil
quinientos lanceros, y un grupo artillero de seis cañones pedreros. Además, había
un millar de nómadas que conducían la impedimenta a lomos de camellos. Gran
parte de estos andaluces eran cristianos, otros moriscos, y había también
”elches “ y “renegados”. Esta expedición andalusí tenía por comandante
supremo al almeriense de Cuevas de Almanzora Yuder Pachá. El “elche” Hassan
Frigo mandaba el ala derecha; Qasam “el morisco” el ala izquierda, y en el
centro iba el propio Yuder Pachá. Este ejercito salió de la ciudad que íbamos a
visitar, con un pomposo desfile ante los ojos del sultán. Desde las azoteas de
esta ciudad las mujeres les lanzaban el ¡yu, yu, yu! de despedida. Aquellas
tropas almogávares expatriados de su tierra andaluza cruzaron el Atlas por
altos desfiladeros. Cruzaron el Sáhara, donde
el mayor prodigio fue encontrar los pozos salobres, en una marcha lenta y terrible
donde se perdió la mitad de la tropa. En Febrero de 1591llegaron al Níger los
supervivientes, y en Marzo se dio la batalla de Tondibi, donde los tres mil
hombres escasos de Yuder derrotaron a unas masas armadas de ochenta mil
guerreros negros.
Nos sigue contando Rodolfo Gil Benumeya: “lo más representativo de Marraquex a través de su historia local, fue durante muchísimo tiempo, la costumbre de que el Estado, el Imperio y el Sultanato marroquíes prolongasen sus encuadramientos andaluces, no solo en lo militar, sino en lo gubernamental de visires, embajadores y consejeros diversos que eran de orígenes andalusíes. No sólo “granadinos” de Tetuán y “sevillanos” o “extremeños” de Rabat, sino con figuras directamente peninsulares como las del diputado de Cádiz José Moreno Guerra y Navarro, que fue asesor político técnico del sultán Muley Sliman. Así, encontramos en el encanto de aquellos rincones andaluces de la venerable capital del Sur, la tranquilidad, las pausas de silencio, y los contrastes de los laberintos de tapias que se atraviesan para llegar a ellos. Aunque los mejores sitios son los que no se encuentran.
Como es el caso de la
tumba del teólogo, gran filósofo y médico andalusí del jalifa almohade Abú
Yacub Yusuf. El gran sabio de Córdoba a sus más de setenta años fue desterrado
a la ciudad de Marraquex, a causa de sus avanzadas ideas y que, a pesar del
intento que hizo de casar la teología con la filosofía, no le valieron ante los
fanáticos alfaquíes de su tiempo. Murió en esta ciudad lejos de su querida
Andalucía. La síntesis de su filosofía y de su pensamiento pasaría a Europa,
siglos después, a través de las escuelas de traductores que se crearon en las
ciudades de al-Ándalus conquistadas por los cristianos del norte peninsular. A
pesar de que pronto pisaríamos Marraquex, al no estar localizada su tumba,
sabíamos que no podríamos rendirle homenaje a este antiguo compatriota nuestro.
La noche se nos había echado encima cuando
comenzamos a entrar en Marraquex por uno
de sus muchos barrios periféricos. Una gran avenida nos conducía al centro de la ciudad moderna, bordeada de una larguísima hilera de palmeras. Veíamos junto a ella casas y bloques de viviendas, todas con azoteas, ni un solo tejado, con dos o tres alturas, y cuyas fachadas y todo su exterior estaban pintadas de color rojizo-rosáceo. En este aspecto como después veríamos a lo largo de la visita a esta ciudad este color se mantenía en toda la ciudad moderna. Tan solo observamos el blanco de la cal en los palacios y en algunas casas de la Medina de Marraquex que después veríamos. Estábamos llegando a nuestro destino. Yunes nos informó que pasaríamos dos noches en esta ciudad. Nos alojaríamos en el Hotel Meriem. Por fin se paró el autobús junto a la entrada del hotel. Yunes nos advirtió que tras dejar las maletas y después de asearnos un poco, bajáramos rápidamente al comedor del hotel para cenar.
de sus muchos barrios periféricos. Una gran avenida nos conducía al centro de la ciudad moderna, bordeada de una larguísima hilera de palmeras. Veíamos junto a ella casas y bloques de viviendas, todas con azoteas, ni un solo tejado, con dos o tres alturas, y cuyas fachadas y todo su exterior estaban pintadas de color rojizo-rosáceo. En este aspecto como después veríamos a lo largo de la visita a esta ciudad este color se mantenía en toda la ciudad moderna. Tan solo observamos el blanco de la cal en los palacios y en algunas casas de la Medina de Marraquex que después veríamos. Estábamos llegando a nuestro destino. Yunes nos informó que pasaríamos dos noches en esta ciudad. Nos alojaríamos en el Hotel Meriem. Por fin se paró el autobús junto a la entrada del hotel. Yunes nos advirtió que tras dejar las maletas y después de asearnos un poco, bajáramos rápidamente al comedor del hotel para cenar.
Tras pasar su puerta, equipaje en mano, accedimos a un gran patio ajardinado, donde
destacaba una plantación de grandes cañas de bambú. En el centro del mismo
había una gran alberca, o piscina, para los bañistas. Todo el espacio que
veíamos estaba cuidado con pulcritud e iluminado ténuamente con una luz
acogedora. A esa hora de la tarde-noche la temperatura era suave y muy agradable.
Aún no habíamos entrado todos en el gran
patio, antesala del hotel cuando de improviso, casi al unísono vimos y llegó a
nuestros oídos una música, yo diría de nubas andalusíes, que con sus dulces
notas nos estaban dando la bienvenida a la gran capital del Sur, la antigua
Marrakús. Éste fue un gesto precioso por parte del Hotel Meriem.
Por fin ya en nuestras habitaciones nos
dimos una buena ducha, y rápidamente siguiendo las indicaciones que nos había
hecho nuestro guía Yunes bajamos al comedor. Cenamos con tranquilidad tras el
largo viaje desde Rabat. Después algunos compañeros y compañeras de viaje
salimos a recorrer las calles adyacentes al hotel, para estirar las piernas y
mover un poco la digestión de la cena. Pero pronto cada cual se fue a sus
habitaciones para descansar. Yunes nos había convocado a las ocho de la mañana
del día siguiente. Nos esperaba una larga jornada de visitas. Entre ellas el
punto más lejano de nuestro viaje; Agmat, donde se encontraba el mausoleo del
rey andalusí de Sevilla al-Mutamid.
Al día siguiente, 4 de Mayo del 2013, a la
hora convenida desayunamos en el Hotel Merién. Después nos dirigimos al autobús
donde ya nos esperaban los habituales vendedores de la ciudad ofreciéndonos sus
productos. Montamos en el mismo y nos dirigimos a un lugar donde recogimos a
nuestra guía local marroquí que nos iba a explicar, en un perfecto español la
ciudad. Era una mujer joven vestida según la ropa tradicional marroquí, pero
con la cara descubierta, cubriéndose solo el pelo con un pañuelo. Era una
persona de ideas avanzadas, la cual resaltó el importante papel que debe tener
la mujer en la vida diaria, tanto en el hogar como en el país. Derrochaba
simpatía y conocimiento, por lo que las horas que pasamos con ella fueron muy
agradables y provechosas.
Se presentó y nos dijo que íbamos a ir en
primer lugar a ver Los Jardines de la Menara, los más bonitos de la ciudad, con
su gran estanque, que se encuentran a las afueras de esta gran urbe, a una hora
andando desde Marrakex. Pronto enfiló Fran con su vehículo una moderna,
espaciosa y larguísima avenida toda ella acompañada de elegantes palmeras y de
bellos jardines.
Llegamos por fin a La Menara, con su gran
estanque, que está rodeado de un extenso olivar, quien se lo iba a imaginar
aquí en esta zona semiárida. Bajamos del autobús y lo primero que contemplamos
fue un grupo de camellos y un pony que, sujetos de las riendas a unas estacas,
esperaban el paseo que les solicitara algún turista. Como el sol se dejaba ya
sentir, Josefina le pidió a nuestra guía que le pusiera su pañuelo en la cabeza
según la tradición local, cosa que la mujer hizo con mucho gusto.
Desde este lugar, casi en desbandada
seguimos a nuestra guía a la zona del estanque: Inma Martínez , la familia
Medina, Eduardo y Lola Torres, Lola Hernández, Josefina Martínez, María José Madrid,
José A. Ruiz, Rosario Sabariego, Maricarmen y el resto del grupo. Pronto nos
encontramos sobre el amplio paseo que rodea toda la gran alberca. Allí nuestra
guía nos informó que este estanque fue proyectado en el siglo XII,
en tiempos de la dinastía almohade, pero luego cayó en la ruina, hasta que en
el siglo XIX los monarcas alauitas pusieron en marcha un proyecto de
recuperación. En 1869, el sultán Mohammed V hizo construir lo que hoy
caracteriza el lugar: el pabellón con el tejado de tejas verdes que se
encuentra junto al estanque, reflejándose en sus aguas. Nos comentó también que este lago artificial se
construyó con el fin de entre otras cosas enseñar a los soldados magrebíes a
nadar, pues debían estar capacitados
para atravesar a nado los grandes ríos que, en sus conquistas al norte, los
magrebíes iban a tener que pasar.
Esta enorme alberca de 150 x 200 metros, es
utilizada también para regar los jardines de La Menara. El agua es traída a
este estanque directamente de los deshielos del Atlas. En este lugar pasamos un
rato muy agradable entre jardines, y viendo como el precioso pabellón se
refleja en el agua, fundiéndose todo el conjunto con el fondo de las montañas
del Atlas que dominan el horizonte de La Menara.
De nuevo en el
autobús regresamos a la ciudad de Marraquex, a través de las grandes avenidas
de la villa nueva, o de la ciudad moderna, construida en cuadrícula según el
racionalismo de esta época, muy distinto al de su Medina. No mucho tiempo
después enfilamos con el vehículo en el que viajábamos una larga y recta
avenida que se dirige justo a la Torre
Kutubía. Desde el principio de esa avenida se ve elevarse el elegante Alminar,
construido todo él en piedra.
Antes de acercarse
nuestro autobús a la torre se paró en un punto donde desde la parte central de
la gran avenida por la que íbamos, comienza un amplio paseo peatonal bordeado
de hermosos jardines y salpicado de elegantes fuentes de agua para refrescar el
ambiente. Allí todo nuestro grupo andaluz se hizo numerosas fotos, tanto en
grupos como individualmente. Pero sin lugar a dudas la “novia” más solicitada para
fotografiar fue la Torre Kutubía, a la que le hicimos fotos desde todo su contorno.
Tras un buen rato en el que paseamos todos en este entorno lindo, nuestra guía marroquí,
nos llamó a arrebato para que nos juntáramos. Nos comunicó que seguidamente tras
algunas notas que nos iba a decir sobre Marraquex, iríamos a ver el palacio de La
Bahía.
Fin de la octava parte.
Continuará.
TEXTO: Manuel Ochando.
FOTOGRAFÍA: Juan Martos, Inma Martínez, Rosario Sabariego, M. Ochando, JARE.
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