De
nuevo nuestro vehículo Volvo iba circulando por las espaciosas avenidas del
Rabat moderno, hasta avistar en una de ellas una línea de impecables murallas
que fue siguiendo nuestro autobús hasta llegar a una gran portada que estaba
flanqueada por dos hermosas torres que protegían dos grandes puertas centrales,
y dos más pequeñas laterales. Fran paró su vehículo junto a la entrada. Ésta
daba acceso a la ciudad palatina de Rabat. Aquí se encuentra el Palacio Real de
Marruecos, con sus múltiples dependencias y servicios. Es una auténtica ciudad
modelo, impecable en su urbanismo, jardines, servicios, edificios públicos y
religiosos, etc. Dentro de ella la limpieza es exquisita e impecable.
Yunes bajó del autobús y se dirigió a la
gendarmería y guardias reales que custodian la puerta. Tras enseñarles la
pertinente autorización que nos permitía entrar en la ciudad del Palacio Real
de Marruecos, regresó al autobús y acto seguido traspasamos por una de las
puertas que nos conducía por una amplísima avenida al corazón de la ciudad, muy
próximos a las dependencias reales. Nos hicieron la ya clásica advertencia de
no fotografiar de cerca el palacio.
A mi esposa Josefina nada más entrar le
llamó la atención el sistema de poda que tenían la fila de árboles que
flanqueaba la avenida de acceso a la ciudad palatina. Estaban podados de tal
forma que en ambas aceras sobre el peatón que caminaba se alzaba un extenso
techo verde completamente horizontal. Por mi parte y la de otros compañeros
como mi amigo Paco y su esposa Esperanza, de Martos, tras bajar del autobús
fuimos a admirar la mezquita de esta ciudad privilegiada que tenía una
arquitectura clásica de gran belleza con arquerías, columnas y capiteles primorosos.
Nos llamó la atención su alto alminar, rematado como en todas las mezquitas con
las tres esferas del Yamur.
Paseando por los alrededores vimos un
pequeño barrio de pequeñas casitas, sencillas pero dignas. El guía nos
informó que todos los trabajadores y
domésticos que trabajan para el Palacio Real viven en este barrio de la ciudad
palatina. Para salir y entrar a ella, nos dijeron, tienen que pasar el
pertinente control y tener el correspondiente permiso. Estos puestos de trabajo
son vitalicios, y se heredan de padres a hijos.
Paseamos por los parques que circundaban el
Palacio Real Marroquí, del cual a gran distancia si pudimos hacerle fotos.
Junto a la entrada principal del mismo montaban guardia unidades de la guardia
real, de la gendarmería y del ejército. Después de ver lo más significativo que
nos dejaron ver, montamos de nuevo en el autobús y nos dirigimos a la puerta de las murallas por la que
habíamos entrado. Tras el pertinente control de la policía salimos a la ciudad
civil de Rabat. Nos dirigimos entonces hacia la parte de la ciudad que está
junto a la costa, concretamente a la Medina o Barrio de los Andaluces.
Cuando llegamos junto a sus murallas
previamente habíamos pasado por el cementerio musulmán de la ciudad, el cual
rodeado de una cerca o tapia, se sitúa muy próximo al mar. Este cementerio,
como todos los musulmanes entierra a sus muertos en tierra, y no en nichos, y
los difuntos se identifican con una estela o placa de piedra o mármol
rectangular que se clava en la cabecera del difunto que allí está enterrado.
Lleva grabada la identificación de la persona que allí reposa.
Próximo
a la puerta de entrada a la Medina aparcó Fran. Bajamos del vehículo y pronto
nos encontramos ante una impresionante portada flanqueada por torres que daba
acceso a la bella medina que antaño construyeron los andalusíes, y en la cual
aún siguen viviendo descendientes suyos. La puerta con un gran arco de
herradura, ligerísimamente apuntado y polilobulado presentaba un alfil con una
exquisita decoración. Junto a esta portada nos hicimos fotos. En una de ellas
están la marroquí Siham y su hijito, que viven en Jaén, Maricarmen, María Jóse,
Josefina, Inma, Esperanza, Jose Antonio, Rosario y Juan. En esta pose tod@s
presentan un semblante feliz, reflejo del bello viaje que estábamos realizando.
En la siguiente foto que nos hicimos posé yo junto a Josefina e Inma.
Atravesamos la puerta y entramos en la
Medina o Barrio de los Andaluces. Ésta no es una ciudad comercial como habíamos
contemplado en las medinas de Tetuán Xauen o Fes. La medina de los andaluces es
en la actualidad un primoroso, más que barrio, podríamos llamarlo pueblecito
residencial que refleja su belleza por doquier, protegido en todo su perímetro
por sólidas murallas. Lo que más me admiró es la similitud que tiene con muchos
pueblos andaluces, como Vejer de la Frontera y otros. Sus casas, generalmente
de dos plantas presentan fachadas encaladas blanquísimas con unas cenefas o
zócalos pintados blanquiazul (azulete con cal). Puertas y ventanas sencillas
destacando alguna que otra primorosa reja. Las calles de este barrio están
pavimentadas con pequeñas losas de piedra y algún empedrado. Y destacamos ante
todo, sobre otras zonas habitadas de Marruecos de las que ya hemos visitado, su
gran limpieza. Fue relajante pasear por sus estrechas calles, por sus placitas,
callejones con recodo y admirar algún que otro músico callejero con su traje
típico e instrumento de cuerda, junto al que algunos miembros de nuestro grupo
se hicieron alguna foto dando unos compases de baile..
El gran escritor y viajero Rodolfo Gil Benumeya
nos dice: el núcleo principal de los
“andaluces” seguía siendo el que habitaba la medina o casco tradicional de la
ciudad; pero allí al lado tenían los torreones de la alcazaba de los Udayas, y
su madrasa, donde los muros almenados rodean un jardín que fue plantado y
preparado para recordar los del Generalife y el Partal Granadinos.
Por este bello y fresco jardín estuvimos
paseando y admirando las artísticas fuentes que allí se encontraban.
Descansamos un rato en ese lugar junto a las sombras de la arboleda de este lindo
jardín. Salimos de este edén, y callejeando nos dirigimos al exterior de la
medina donde nos esperaba el autobús, no sin antes fotografiar las bellas
portadas de los palacetes que nos salían al paso o de los rincones bellísimos
que presentaban alguna conjunción de sus calles. La verdad, pensamos muchos
cuando nos fuimos de allí, a este maravilloso urbanismo creado por nuestros
antepasados debimos haberle dedicado más tiempo, pues muchas de sus calles y
placitas nos perdimos el placer de poder verlas.
Ahora de nuevo en nuestro vehículo
iniciábamos la marcha. Yunes nos informó que bajaríamos a la playa para
almorzar en un buen restaurante que, elevado un poco sobre el mar, presentaba
una vista marítima inmejorable. Nuestro estómago reclamaba ya alimento, y una
fresca cerveza que esperábamos nos pusieran, a pesar de estar viajando por un
país musulmán.
Pronto tras descender por una carretera que
llegaba a la costa, nuestro autobús fue llaneando junto al mar. El océano
Atlántico, con sus reflejos verdosos y
su húmeda brisa nos estaba recibiendo. Fran paró junto a la puerta del
restaurante en el que íbamos a almorzar. Atravesamos una artística puerta que
se abría en una larga pared que se extendía siguiendo la carretera por la que
habíamos llegado. La atravesamos y accedimos a una amplísima terraza que tenía
el restaurante, que cual balcón, se elevaba sobre el ligero oleaje que
empezamos a oír. Nos sentamos ocupando los asientos de un grupo de grandes
mesas redondas que el restaurante ya había preparado para nosotros.
El menú que almorzamos fue muy bueno, siendo
el plato principal un gran surtido de
varias especies de pescado fresquísimo y bien condimentado que nos pusieron. La
verdad, siempre que se quiera comer un buen pescado fresco y exquisito se ha de
hacer en la costa y, al estar en ella, por eso nosotros elegimos como principal
este plato, que además lo llenaron abundantemente. En cuanto a las bebidas, aparte del agua y
los refrescos, en Marruecos no se ofrecen en los menús bebidas alcohólicas,
pero para los extranjeros, y supongo que para cualquier persona que lo pida
también, aunque allí no esté bien visto, se sirven también otras bebidas que
llevan alcohol.
Nosotros que queríamos hacer un buen
almuerzo nos pedimos la correspondiente cerveza, y después tras consultar la
carta de vinos que tenían nos ofrecieron un buen tinto, fabricado en la tierra,
para acompañar la comida. Estas bebidas, que son algo más caras de lo normal,
se cobran aparte.
Quiero comentar la diferencia que existe
aquí en Marruecos con respecto a Argelia, pues cuando viajé allí hace un par de
años a Tinduff, ni aún pagando pude tener una cerveza o una botellita de vino
para acompañar las comidas. Los dos son países confesionalmente musulmanes,
pero hay que reconocer que Argelia en este aspecto es más intransigente.
Almorzamos con una temperatura muy
agradable, contemplando la inmensidad del mar, charlando con nuestros amigos y
amigas relajados. Estábamos de vacaciones, haciendo un viaje ilusionante, la
mayoría de nosotros por primera vez. Bebimos café, infusiones, o té verde,
según el gusto de cada cual. La sobremesa se alargó. La verdad en ese lugar de
la costa de la ciudad de Rabat y muy próximos a la medina de los andaluces se
estaba muy a gusto. Pero el viaje había que continuarlo y nuestro próximo
destino: Marraquex, estaba bastante lejos. Así que casi al unísono Fran y Yunes
nos comunicaron que no debíamos demorarnos más para montarnos en el autobús, de
Autocares Santiago- Cañada, que nos estaba esperando en la puerta. Salimos de
Rabat-Salé y nos incorporamos a la autopista que siempre en dirección sur nos
conduciría a la antigua capital de los al-Murabitún, los Almoravides.
Íbamos unos adormilados tras el buen
almuerzo de Rabat, otros contemplando el verde paisaje y algún grupo de
pastores de vacas que se veían en la lejanía. Pasó el tiempo y el autobús
seguía con su monótona marcha. Al fin Yunes abrió el micrófono y nos dijo que
la ciudad que veíamos a lo lejos y que estábamos circundando en ese momento era
la famosa Casablanca, la de la recordada película americana, y sobre todo la de
“La Mezquita Hasan II”.
En el viaje de regreso pararíamos en esta
ciudad para visitar este edificio religioso, que es una verdadera obra de arte
hecha en nuestro tiempo, aunando los conocimientos del pasado y la tradición,
con la tecnología moderna.
Seguíamos circulando hacía el sur. El
paisaje estaba cambiando, el Marruecos verde había quedado atrás. Los campos
presentaban ahora un aspecto más árido, casi semidesértico. Veíamos de vez en
cuando algún rebaño de cabras pastando en los escasos matorrales. La tierra se
iba haciendo rojiza. Yunes nos indicó que miráramos hacia un lado de la
autopista. Vimos salpicadas de vez en cuando pequeñas casitas hechas de piedra,
yo diría que en seco, con techos rudimentarios y unas albarrizas o tapias,
también construidas con piedras en seco, que limitaban amplios corrales destinadas para los ganados
que tenían las personas que se alojaban en estas viviendas. Nuestro guía nos
comentó que en el pasado el estado del Magrid preparaba estos alojamientos
gratuitos, para facilitar los movimintos migratorios de la población nómada.
Así cuando los nómadas se desplazaban podían guarecerse en estas casitas
refugio que hacían que su transhumancia fuera menos dura de lo que era
habitual en sus vidas.
La tarde había avanzado mucho. Yunes a
través de la megafonía del autobús nos comunicó que íbamos a parar en una zona
de descanso que teníamos a la vista junto a la pista, para tomar un café o té y
hacer las necesidades de cada cual. Era oportuna esta visita, porque entre
otras cosas teníamos la necesidad de estirar las piernas. Bajamos del autobús,
observando en primer lugar que la
temperatura era bastante más alta que la que
habíamos tenido en Rabat. También como un grupo de jardineros a ritmo
lentísimo, para nosotros, plantaba un jardín. El centro o área de descanso en parte
estaba en obras. Nos dirigimos hacia una especie de cantina, en la zona moderna
que estaban construyendo. Aquí la atención que nos prestaron, la califico de
deficiente, y el café que tomé malísimo, en contraste con el buen café o té que
habíamos tomado en los numerosos lugares de Marruecos que ya habíamos visitado.
Un grupo de viajeros musulmanes, que no iba
con nosotros, estaba haciendo sus oraciones, en una habitación, improvisada
mezquita, del local que estaban construyendo. Pronto, por fortuna, partimos de este
local estándar, que hacen igual las multinacionales, en cualquier lugar del mundo,
y que tan poco aportan en cuanto a calidad, a los países donde se instalan. Nosotros
pudimos comprobar esto que les comento.
La tarde
iba avanzando mientras nuestro guía nos apuntaba comentarios de los pueblos y lugares
por los que íbamos pasando. La aridez del terreno rojizo se había acentuado mucho.
El terreno que atravesábamos era semidesértico y en el cual ya prácticamente no
veíamos árboles. A lo lejos observamos en el horizonte, al cual nos dirigíamos,
una cadena de altas montañas. Yunes nos aclaró que lo que estábamos viendo era la cordillera del Atlas, cuyo pico
más alto, el Jbel Toubkal se alzaba a los 4.167 metros de altitud.
Cuando el sol se situó en el horizonte, nos estábamos
acercando a Marrakex (Marrakús). Ante nuestra mirada empezaron a aparecer bosques
de palmerales, y al mirar al cielo la puesta de sol desplegaba una gama de colores
que inundaban todo el espacio con una inusitada
belleza.
Fin de la séptima parte.
Continuará
TEXTO: Manuel Ochando.
FOTOGRAFÍA: Juan Martos, Rosario Sabariego, Inma Martínez, JARE, M. Ochando
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