Salimos del palacio-restaurante y de nuevo nos
vimos inmersos en el bullicio de la Medina de Marraquex. Nuestra guía nos
dirigió entonces hacia un local especializado en cremas para la piel de todo
tipo y en perfumes. Entramos en él y subimos a la planta primera del local. En
una no muy espaciosa sala nos acomodamos como pudimos, pues éramos muchos, y
entonces una señora experta de la tienda nos fue explicando y diciendo las
excelencias de cada crema para la piel. También exhibió delicados perfumes. La
verdad que esta marroquí tenía un gran conocimiento de la materia que nos
explicaba.
Mientras unas compañeras
suyas y compañeros se ofrecían a dar algún tipo de masajes, a quien se los
pedía, al mismo tiempo que se escuchaban las explicaciones. Al final todos, o
casi todos, compramos alguna crema o perfume de los que nos ofrecieron y, ¡oh
sorpresa!, también tuvieron que pagar el masaje los que lo habían solicitado, cuando
ellos creían que se lo estaban dando gratis. Nos fuimos de allí teniendo la
opinión, algunos, que esa visita había estado prefijada para vender, cosa que
muchos creemos no está bien que se haga con un viaje que tiene como finalidad
principal el enriquecimiento cultural de cada persona.
Atravesamos las
puertas de la Medina y pronto subimos al autobús para dirigirnos a Agmat, el
punto más lejano de nuestro viaje. Antes de subir al autobús, nuestro guía
Yunes comunicó a todos que si alguien quería quedarse por la Medina o algún
sitio de Marraquex que podía hacerlo. Algunos se quedaron pero la mayoría
decidimos ir a Agmat, objeto fundamental de nuestro viaje.
De nuevo en ruta a
primeras horas de la tarde, enfilamos una larguísima y amplia avenida que salía
de Marraquex. Pasamos junto a unas largas murallas de un edificio, creemos que
de la familia real marroquí, y después junto a los restos de una fortaleza
medieval. Continuamos por una autovía totalmente recta, de horizonte sin fin,
que transcurre por la planicie en la cual está asentada Marraquex y sus barrios
periféricos. Quedamos asombrados de la cantidad de barrios nuevos de casas y de
edificios de tres alturas que pululan por doquier. Todos uniformados con el
color rojo-rosado que impregna todo este territorio, sin ninguna alteración de
color que rompa la belleza que supone la unidad de estilo de estas
construcciones. Cuando aquí en Andalucía y en España, todo el sector de la
construcción está parado, asombra ver como aquí en este momento se está
teniendo una “fiebre de construcción vertiginosa”.
Poco a poco dejamos atrás el gran Marraquex,
que se está edificando, y transcurrido un tiempo de seguir circulando por la
autovía, nuestro autobús se salió de ella y cogió una carretera secundaria,
estrecha que se dirigía al pueblecito de Agmat. Quedamos atónitos, cuando
empezamos a bajar con nuestro autobús a la depresión de un fertilísimo valle
todo él cubierto de verdes olivares, de distintos árboles frutales y de frondosos
árboles. En un mínimo tiempo habíamos pasado del territorio semiárido de
Marraquex a la fertilidad completa de un valle al que nunca le falta el agua.
Yunes nos los explicó: Agmat está asentada en un valle que está próximo a las
montañas del Atlas. Al derretirse sus nieves van a los acuíferos de la tierra
donde está asentado el pueblo al que nos dirigimos. Por eso se ve todo tan
verde.
Mi corazón empezó
a latirme con fuerza cuando ví que iban apareciendo las primeras casitas de
Agmat. Aquí se veía todo chico, pero muy auténtico. Por fin iba a ver cumplido
mi sueño. Venir a este lugar tan lejano de nuestra querida Andalucía, donde
tanto debió sufrir al-Mutamid, nuestro rey-poeta andalusí. Fue un emir generoso
con su pueblo, con todos los que le rodeaban y especialmente pródigo con los
artistas. Un rey taifa de Sevilla que puso en marcha una política para unir a
todas las taifas andalusíes del mediodía Ibérico, con el fin de que recuperaran
la prosperidad que habían tenido en la mejor época del jalifato andalusí. El
norte de al-Ándalus, en su proyecto, se lo dejaba al liderazgo del rey taifa de
Zaragoza, con el que pensaba establecer una especie de federación.
Pero las intrigas
de palacio hicieron que se enemistara con su mejor amigo, su primer visir Ibn
Ammar, un poeta del Algarve y extraordinario estratega político, que dirigía
esta política marcada. Y a esto se sumaba la ya larga cruzada cristiana contra la
libertad de al-Ándalus que acabó por conquistar Toledo y amenazaba invadir el
resto de los reinos andalusíes. Forzado se vio el rey andaluz a pedir ayuda a
los almorávides, los cuales tras un simulacro de ayuda en su primera venida a
Andalucía, en el segundo desembarco que hicieron en nuestra tierra,
traicionándolo, fueron deponiendo emir tras emir hasta apoderarse de todo
al-Ándalus.
Fran fue
disminuyendo la marcha del autobús. Yo miré por la ventanilla a la izquierda y
ante mis ojos apareció un hermosos mausoleo, que ya me era familiar por las
fotografías que había visto de él en libros especializados. Estaba viendo el
mausoleo de al-Mutamid. Bajamos del autobús y nos dirigimos a la puerta de éste. Estaba cerrada.
Por un instante la
preocupación me invadió, pero pronto desapareció cuando tras pedirle a Yunes
que si era posible abrir el mausoleo, para que pudiéramos entrar, nuestro guía
tetuaní me respondió: Ahora mismo envío a una persona a buscar al encargado del
monumento para que nos lo enseñe. Acto seguido así lo hizo.
Mientras venía este
hombre a abrirnos observamos el mausoleo en la dimensión que se apreciaba desde
el exterior. Está situado al borde izquierdo de la entrada al pueblo de Agmat.
Tiene una pared exterior que lo circunda en la cual destaca la puerta de madera
con sus dos aldabas, enmarcada en un sencillo arco de herradura apuntado. Se
acompaña con dos ventanas dobles, o ajimeces, a ambos lados de la misma. Anexo
al mausoleo, tiene un pequeño jardín donde predominan los naranjos. Quizá quien
diseñó este monumento funerario, quiso que la flor de azahar estuviera junto a
los restos del hombre, y su familia, que en tanta abundancia la tuvieron en su
Andalucía natal.
Mientras llegaba la
persona que nos iba a abrir el monumento, aprovechamos para hacernos fotos
junto a la puerta. Estábamos en un lugar histórico relacionado con Andalucía y
era bueno que nuestra presencia allí quedara guardada a través de las fotos que
nos estábamos haciendo. Por fin llegó un señor mayor para abrirnos. Tras los
saludos de rigor, nos abrió la puerta y todos pasamos detrás de él. Accedimos a
un bello patio, en cuyo centro se situaba una bella fuente. En el lado opuesto
a la entrada de la calle, frente a la fuente del `patio, se alzaba un edificio
de singular belleza, a pesar de ser sobrio en su construcción. El mausoleo está
coronado por una cúpula que presenta una nervatura que la embellece. Su puerta
se adorna con un arco que se acompaña de un polilobulado de pequeños arquitos.
Presenta dos cuerpos de altura teniendo en la parte alta en cada una de sus
fachadas tres ajimeces. La pequeña azotea de la cual arranca la cúpula, está
bordeada con almenas del estilo que tiene la Mezquita de Córdoba.
Con emoción
entramos al interior donde se sitúan las tumbas. Vimos tres, una la que más
resaltaba, estaba bellamente decorada con azulejos de estilo Nazarí. En la
cabecera de la pared había una gran lápida de mármol blanco con inscripciones
en árabe, cuyo texto hacía alusión al rey al-Mutamid que está enterrado allí.
Junto a está estaba la de su hijo, con decoración menor, y a la derecha del
hijo apegando a la pared la de su querida esposa Itimad, también bellamente
decorada y con una plaquita de mármol blanco sobre su cabecera con inscripción
también en árabe. Por la emoción del momento se me olvidó preguntar al
representante de ese lugar, como se llamaba el hijo del rey andalusí que está
enterrado junto a él. No debía tener muchos años puesto que la tumba es pequeña
y no corresponde a la de una persona que ha alcanzado la adultez.
Después de
observar bien todo el túmulo funerario, pedí a todos los asistentes que
hicieran un gran silencio, pues íbamos a comenzar con unas palabras y unos
versos nuestro rendido homenaje a nuestro antiguo rey andaluz. Comencé diciendo
las virtudes que habían adornado la vida de al-Mutamid, su generosidad, sus
grandes dotes de poeta, el esfuerzo que hizo para unir la fragmentación en que
había quedado Andalucía tras la disolución del jalifato andalusí en 1031. Y
como la adversidad de los tiempos que le tocó vivir lo habían traído aquí,
donde estábamos en este momento. Cargado
de cadenas llegó a Agmat, desde su querida Andalucía. A varios de sus hijos los
mataron los almorávides. Su esposa Itimad, su Rumaikiya, lo siguió al destierro
de su prisión en Agmat. Y aquí trabajó de hilandera para procurar a su esposo
el alimento que le regateaban sus carceleros. En la prisión, que estaba próxima
a este mausoleo, según me informó un entendido de este lugar, con el corazón
henchido de dolor escribió sus últimos poemas. Uno de ellos lo he recogido y
ante su tumba en honor a él, y para que lo escuchen mis compañeros, lo recitaré
con Rosario Sabariego
.
En honor a él,
dije, yo y Rosario les vamos a recitar un poema que al-Mutamid escribió aquí en
Agmat cuando estaba preso de los almorávides. Es el siguiente:
“La largueza es más dulce para mi
corazón que la victoria,
más grata que el logro de remotas
esperanzas y deseos,
más dulce que el canto de Mielecita
al tomar la copa mañanera conmigo.
¡Oh semblante solar del crepúsculo y
la alborada!
He añorado mi incesante generosidad
con igual nostalgia que la tierra
por la lluvia tardía.
Mi mano se privó de una copa con
enfado;
también arrojó la melodía de la
cuerda
hasta que esa mano fuera generosa con
ella, mi dueña,
para poder escuchar sus alabanzas en
seguida.
¡Trae vestidos de regalo para salvar
su indulgencia!
¡Repletos de sacos de dinero para
mis compañeros catadores!
Lloré al paso volador de las
perdices,
libres, sin cárcel, sin grilletes.
Mas no por envidia lloré –Dios me
libre-
sino por añoranza de su imagen.
Sueltas, no con su gente dispersa,
ni con el pecho apenado,
ni con los ojos llorosos por los
hijos muertos.
¡Suerte! No os separéis de la
bandada,
no probéis la lejanía de los
vuestros;
No acabéis como yo: con el corazón
aturdido
al zurrir la puerta carcelera o retumbar
la cerradura.
Esto no es invento de mi ingenio,
solo describo la humanidad de
siempre.
Mi alma ya solo anhela la muerte.
Otro querrá la vida con los pies
engrillados.
Dios proteja las perdices y sus
volantones,
Ya que el agua y la sombra han
traicionado a mis vástagos.
Al-Mutamid
Cuando terminamos
de recitar este sentido poema, con un nudo en mi garganta por la emoción de ese
momento, observé como por la mejilla de mi amigo Paco águila rodaba una
lágrima. La emoción que ambos teníamos la habíamos contagiado al resto del
grupo de personas que asistía a este acto. El silencio era absoluto. Entonces dirigiéndome a mis paisanos andaluces,
y a todos los presentes allí les comuniqué que
a continuación iba a recitarles un poema mío, que había hecho el día anterior
en Marraquex, con el cual también íbamos a rendir homenaje a nuestro rey-poeta.
Lo titulé:
AL-MUTAMID
Al-Mutamid, emir andalusí,
aquí fuiste deportado y encarcelado;
lágrimas, 918 años han pasado,
muerto, junto a Itimad, yaces aquí.
A rendirte gloria vino al-Jatib,
también lo hizo Bla Infante,
Iniesta,
y hoy los andaluces que estamos
aquí.
Hermano, te rendimos homenaje a ti.
Con todos los artistas prodigaste
continuamente con generosa mano.
Brilló la inteligencia en tu Corte,
los andaluces, libres de tiranías,
te alabaron.
Unir quisiste todas las taifas de
al-Ándalus,
más la codicia de los reyes
cristianos
apoyados por los cruzados de Roma,
tu ideal y buen gobierno arrasaron.
Abdallah de Granada, al-Mutamid de
Sevilla,
emires andaluces, ante vuestras
tumbas reclamamos
que reposen vuestros restos en
Andalucía,
se conozcan vuestras obras, que nos
hagan más humanos.
Mwhâmmad Ochando
Tras recitar mi
poema al rey sevillano, la comunión de emociones en todos los presentes era
total. Fueron unos minutos en los que la sensibilidad de cada uno se hermanó
con la de los demás. Por mi parte sentía la alegría de haber llevado a este
alejado lugar, a través de los siglos, el reconocimiento de un grupo de
andaluces, conscientes, de la valía y dignidad
de este gran rey andalusí.
Pasados estos
momentos de emoción me fotografié primero con todos los compañeros y compañeras
de viaje que habíamos llegado hasta allí, en la cabecera de la tumba, y después
me fotografiaron junto al encargado del mausoleo, y junto a mi buen amigo Paco
Águila, al lado de la lápida mortuoria, que preside el enterramiento real.
Estuvimos después
allí cambiando impresiones y observándolo todo varios minutos. En un momento
determinado el responsable de este lugar le indicó a Yunes, para que me lo
dijera que quería que firmara en el “libro de oro” del mausoleo. Le contesté a
nuestro guía y a quien se lo había dicho que estaría encantado de hacerlo.
Pasamos a continuación a una pequeña oficina-archivo del edificio y cogiendo,
el encargado, un grueso libro me lo entregó para que pusiera una dedicatoria en
él y después lo firmara. Me puse las gafas, saqué mi bolígrafo y redacté lo
siguiente con escritura legible:
“Desde Andalucía,
desde Jayyán, venimos hoy 4 de Mayo del 2013ª a rendir homenaje a al-Mutamid,
un grupo de andaluces. Que la hermandad de los pueblos andalusíes y magrebíes
nos fortalezca en el futuro.
Dios es Grande.”
Ayudado por Yunes
escribí también en árabe la última afirmación. Después firmé abajo.
Seguidamente junto a este texto firmaron once compañeros/as., entre ellas mi
esposa Josefina. Acabados estos momentos emotivos, nos despedimos del encargado
del mausoleo, dándole las gracias por las atenciones que había tenido con
nosotros. Después salimos al exterior. Paseamos unos momentos contemplando el
entorno del mausoleo, viendo a los lugareños de este pequeño pueblo, que a su
vez nos observaban curiosos.
Agradecemos al
pueblo Marroquí la dignidad y mimo que
ha puesto en la construcción y conservación de este mausoleo que alberga a uno
de nuestros más distinguidos emires, y a parte de su familia. Cuando llegó a
Agmat Blas Infante en 1924, como comentamos anteriormente, a él le fue difícil
encontrar la deteriorada tumba que albergaba sus restos.
La tarde avanzaba
cuando nos montamos de nuevo en el autobús. Poco a poco fuimos saliendo de este
verde valle que nos recordaba las tierras fértiles de Andalucía. Cuando nos
incorporamos a la autovía que iba a Marraquex pasamos cerca de unas alfarerías.
Nos detuvimos allí para visitarlas. Estaban especializadas en hacer piezas de
barro cocido, con calados, sin vidriar. También hacían fuentes y mesas
revestidos con aliceres. Tras disfrutar viendo los excelentes trabajos
artesanales continuamos el viaje hasta
Marraquex. Antes de llegar a la gran ciudad del Sur, Fran y Yunes nos
comentaron la posibilidad que teníamos de regresar al hotel, quien quisiera, y
también quien lo deseara el autobús nos podía dejar junto a la plaza de Yemaa
el Fená, para verla por la tarde noche, que estaba más animada, y caminar
también viendo el comercio de la medina. Quien eligiera esta última opción
debería cenar por su cuenta, si no llegaba a la hora de la cena al hotel. El
autobús no volvería por la noche a recoger a nadie. El regreso de los que
quedaran habría que hacerlo en taxi, o en pequeño taxi. Nos quedamos un grupo
no muy numeroso entre los que se encontraba Inma, Maria Jóse, Maricarmen , yo,
Josefina y varias personas más.
El sol estaba
declinando en el horizonte cuando comenzamos sin guía a callejear por el
laberinto comercial de la medina de Marraquex, Nos quedaba ya poco tiempo que
estar en esta ciudad y queríamos verlo todo vivir intensamente las sensaciones
de esta legendaria ciudad. Vivíamos el instante, sin acordarnos siquiera del
larguísimo viaje que nos esperaba al día siguiente. Estábamos felices viviendo
estos momentos únicos rodeados de amigos y amigas. Cuando salimos de la medina
nos internamos en la ya bulliciosa Yemaa el Fená. El sol se había ocultado, y a
nuestros oídos llegaban las voces de los cuentacuentos y la música de las
flautas de los encantadores de serpientes. La plaza entera estaba llena de
corros de gente que miraban o escuchaban a unos personajes que parecían habían
regresado de pronto del Medievo.
Fin de la décima parte.
Continuará TEXTO: Manuel Ochando.
FOTOGRAFIAS: Juan Martos, Rosario Sabariego, Paco Águila, JARE.
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