Nuestra guía nos
informó que Marraquex la fundó Yussuf ibn Tasufín, primer emir de la dinastía
bereber de los almorávides en el año 1062. Fue una avanzadilla militar, y luego
comercial que garantizaba a su tribu la supremacía sobre esta región de
importancia estratégica, puesto que por aquí pasaban las rutas de caravanas
hacia el África negra. Desde su base de Marraquex, los almorávides consiguieron
ampliar sus dominios sobre todo Marruecos, y después llamados por al-Mutamid
para que ayudaran a los andalusíes a detener la invasión de los cristianos del
norte, que tras la toma de Toledo, amenazaban invadir todo al-Ándalus. Éstos,
al ver la desunión que tenían las taifas andalusíes, a partir del año 1090,
conquistaron al-Ándalus y destronando a los emires de las taifas los
encarcelaron en el Magrib. Su supremacía acabó en el año 1147, cuando los almohades –una federación rival de tribus bereberes
provenientes de las montañas del Atlas– conquistaron la ciudad después de un
largo asedio y la arrasaron, para después reconstruirla. La arquitectura
almohade produjo grandes obras, como la Mezquita Kutubía y la mezquita Kasbah, la monumental Bab Agnau y los jardines de La Minara.
El nombre de
Marraquex significa en bereber “Tierra de Dios”, nos dijo, y que esta ciudad es
una de las más importantes de Marruecos. Cuenta actualmente con 1.545.541
habitantes, y es junto con Mequinez, Fes y Rabat, una de las cuatro ciudades
imperiales de Marruecos. La ciudad también es apodada Medina
al-Ham'rá , en árabe, “La
Ciudad Roja” por el color de sus construcciones y las tonalidades predominantes
en el entorno. También se la denomina extraoficialmente «Perla del Sur” y
“Puerta del Sur”.
Fran nos dejó lo más cerca que pudo del palacio de la Bahía, con cuya
institución nuestro guía Yunes ya había
concertado la entrada. Entramos en él tras nuestra guía local, y una vez que
estuvimos en uno de sus más bellos patios ajardinados ésta nos dio la
información oficial que hay sobre este bello palacio de Marraquex.
Comenzó diciéndonos que la construcción
del Palacio de la Bahía fue encargada por Ahmed ben Moussa, hombre influyente, hábil y poderoso, que fue
visir del sultán Abdelaziz a finales del siglo XIX. A partir de una antigua
residencia, que fuera propiedad de su padre, y apropiándose de un conjunto de
casas adyacentes, el visir encargó el trabajo de diseño y construcción de su
palacio al arquitecto marroquí Muhammad
al-Mekki. Las obras se prolongaron durante 6 años, desde 1894 a 1900,
durante los cuales los mejores artesanos y obreros de todo el país trabajaron sin interrupción.
El palacio
tiene 160 habitaciones, dispuestas en una sola planta y a un mismo nivel; el
visir tenía problemas de movilidad debido a su obesidad. Habiendo surgido de la
reunión de diversos inmuebles, el conjunto palaciego dio como resultado una
sucesión, que puede parecer desordenada, de pequeños patios, jardines, salones
y dependencias en los que no es difícil perderse sin un guía. El denominador
común es una decoración exquisita, típica de la arquitectura marroquí, que
alcanza sus puntos culminantes en las dependencias donde el visir recibía
visitas oficiales. En torno al palacio, las 8 hectáreas de parque son un verdadero
remanso en medio de la Medina.
Se dice que Ahmed ben Moussa dedicó este
magnífico palacio especialmente a su preferida entre las 4 esposas y 24
concubinas que conformaban su harén; de hecho, palacio de la Bahía significa palacio
de la bella o la brillante. Se puede visitar sólo un tercio del palacio; el
resto es propiedad privada de la familia real.
Sin duda, lo que más impresiona del palacio de la Bahía es el gran patio,
llamado Patio de honor. Consiste
en una inmensa explanada de 50 por 30 metros, cubierta de mármol y mosaicos,
rodeada completamente por una galería que se apoya en esbeltas columnas de
madera decapada. Las numerosas habitaciones que dan a este patio eran ocupadas
por las concubinas del visir y sus hijos. También a este gran patio daba la
imponente Sala de Honor de 20
por 8 metros, la más grande y suntuosa del palacio, utilizada en recepciones
oficiales y cuyo cielorraso pintado destaca por su belleza.
Esto es lo que nos dijo nuestra guía. Por
mi parte comento que el palacio de la bahía está diseñado con la ortodoxia de
la arquitectura andalusí. No hay más que comparar el trabajo de las yeserías
labradas con atauriques, mocárabes, y preciosos dibujos geométricos, que se
encuentran en este palacio, y los que podemos ver en la Alhambra de Granada,
que se construyó muchos siglos antes. Es un copia del diseño andalusí. También
los aliceres y azulejos siguen las líneas maestras que marcó el arte Nazarí. Y
no sólo el labrado en yeso o escayola, o el azulejo, sino los preciosos
artesonados de los techos con sus pinturas, están inspirados en el Arte que
creó al-Ándalus.
En fin durante el tiempo que estuvimos en
las numerosas dependencias abiertas al público de esta palacio estuvimos muy a
gusto, pues la vista no paraba de recrearse en la preciosa decoración de las
múltiples dependencias, patios galerías puertas ventanas y rejerías, y los mil
detalles donde se posó el Arte a la hora de construir esta magnífica mansión.
En los patios ajardinados la temperatura era excelente y dada su belleza, la
aprovecharon todos los compañeros para hacer numerosas fotos. Otros como mi
amigo Paco Águila aprovecharon para descansar un momento sentado en uno de los
poyos de un bonito patio. Nos hubiéramos quedado allí más tiempo pero quedaba
mucho que ver fuera y tuvimos que ir saliendo del palacio de la Bahía para
seguir cumpliendo nuestro programa de visitas.
Una vez fuera, muy próximo al palacio que
habíamos visitado pudimos contemplar la hermosa mezquita de la Kasbah con su bello
alminar, a la cual un equipo de albañiles subidos en altos andamios estaban
restaurándola. A mí sobre todo, me alegra sobremanera el que a los edificios
antiguos, y más si son monumentos se les dedique una atención especial
restaurándolos antes de que entre en un estado ruinoso.
Nuestra guía nos informó que íbamos
seguidamente a visitar el palacio mausoleo de la Mamunia, que estaba junto a
esta mezquita. Nos dijo que fue redescubierto en 1917 por el servicio de Bellas Artes y Monumentos Históricos,
cuyos intensos trabajos de restauración permiten apreciar hoy la magnificencia
de este cementerio real, único testimonio del refinamiento y el poder de la
dinastía saadí, que reinó en Marrakex entre 1524 y 1659, la llamada "Edad de Oro".
Cuando el sultán alauita Moulay Ismail (1672-1727) llegó al
poder decidió borrar toda huella de la magnificencia saadí ordenando la
destrucción de todas sus edificaciones. De ello da cuenta, por ejemplo, el Palacio
Badi.
Sin embargo, por temor a cometer sacrilegio, no quiso destruir los mausoleos y
ordenó cerrar el jardín-cementerio con una gran muralla. El lugar era accesible
por una única puerta desde la mezquita, la cual a su vez sólo admitía el
ingreso a musulmanes,
y entonces permaneció cerrado hasta 1917. Aunque el lugar ya era
utilizado como cementerio desde el siglo XIV, su esplendor se remonta al siglo
XVI, cuando tras la muerte de Mohamed Cheikh en 1557, su hijo Ahmed El Mansour, conocido como "El
dorado", mandó construir un mausoleo sobre su tumba. El mausoleo, de
forma cuadrangular, fue llamado posteriormente "qubba de Lalla Masaouda",
el nombre de su madre, quien fue también inhumada allí. Más tarde, la tumba fue
embellecida y ampliada con una pequeña capilla, una gran sala y dos logias.
El
segundo mausoleo es el más impactante por el cuidado y la belleza de la
decoración. De las tres salas que componen este mausoleo, sin duda las más
atractiva es la llamada Sala de las doce columnas. Ocupando una posición
central, consiste en una gran sala cuadrada que guarda la tumba de Ahmed El
Mansour y sus dos sucesores -hijo y nieto-. Está coronada por una gran cúpula
central que apoya en doce columnas de mármol de Carrara, rodeada por galerías
cubiertas por cúpulas más pequeñas. Destacan los cielorrasos, finamente tallados
en madera de cedro dorado. Las paredes fueron cubiertas con azulejos esmaltados hasta dos
metros del suelo y para el remate se utilizaron frisos con frases coránicas.
Por
encima de los frisos los muros están totalmente cubiertos de estucos imitando
el dibujo del nido de abeja. En el piso abundan las lápidas de mármol adornadas
con inscripciones y arabescos, algunas con frases poéticas que recuerdan las virtudes difunto. Una segunda sala alberga el mihrab
(pequeño nicho que en las mezquitas indica el lugar adonde deben mirar los
fieles para orar, es decir, en dirección a la Meca). Cuatro columnas de mármol
blanco dividen el mihrab en tres naves y una gran claraboya provee de
iluminación. Esta sala, que servía de mezquita, sólo guarda las tumbas
alauitas, en particular la del sultán Moulay Yazid, muerto en 1792.
La tercera sala,
llamada Sala de los Tres Nichos, está también profusamente adornada con
mosaicos y estucos y guarda las tumbas de los príncipes saadíes que murieron
siendo pequeños y las mujeres y concubinas de los príncipes.
Paseamos por las salas y jardines de este palacio
mausoleo admirando su arte y disfrutando de sus lindos jardines después salimos
de este histórico lugar, y nuestra guía
nos informó que ahora iríamos a visitar la medina de Marraquex, donde tras
visitarla, lo que nos diera tiempo, almorzaríamos después en un restaurante que
está ubicado, en este lugar, en un bellísimo palacio musulmán.
Para ir a la Medina pasamos antes
por la famosa plaza de Merraquex “Yemaa el Fená”, que a esa hora de mediodía no estaba muy
concurrida. En esta `plaza se hace su zoco (suq) tradicional. Por la tarde noche
es una plaza muy bulliciosa.
Aquí se concentran acróbatas, cuenta-cuentos, vendedores de agua,
músicos, bailarines, encantadores de serpientes etc. Por la noche la plaza se
llena de puestos de comida. Al pasar por ella, camino de la Medina, yo iba a
echarle una foto a un encantador de serpientes, pero alguien me advirtió que tendría
que pagar por echarla, por lo que desistí de ello. Creo que esta comercialización
excesiva, según mi parecer, le quita encanto a esta gran plaza. Me acerqué con
mi esposa y unos amigos del grupo a un puesto donde exprimían naranjas
naturales del país. Nos tomamos un buen
vaso de zumo de naranja a un buen precio, que nos sentó estupendamente. Nuestra
guía nos informó de algunos aspectos de la plaza Yemaa el Fená, una de las más
grandes del país y más concurridas de África y del mundo.
Tras aclararnos algunos detalles más, nos internamos en las estrechas calles de la Medina, con sus techumbres caladas que dan sombra y producen aireación. Fue un alivio para nosotros pues ya eran más de la una de la tarde y la temperatura de la plaza donde habíamos estado poco antes era algo elevada, por lo que cogimos con regocijo el pasear ahora por las frescas calles de la medina de Marraquex, donde se ofrecía al visitante todo lo que pudiera desear. Los olores de las especias, y de alguna panadería por la que pasamos, la visión de infinidad de frutos secos y frutas expuestos a nuestro paso, iban alertando a nuestro estómago de que se acercaba la hora del almuerzo. La variedad de artículos de artesanía de joyería, de telas, de cuero, de cerámica, de madera, de marfil eran impresionantes. De vez en cuando nuestro guía tenía que retroceder para recoger a algún grupo rezagado que se había quedado comprando en una tienda, con el fin de que no se perdieran en el tremendo laberinto de calles que componen la Medina.
Eran más de las dos de la tarde, y aún no habíamos visto más que una pequeña parte de la ciudad antigua, cuando Yunes nos informó a todos que había llegado la hora de almorzar. Estábamos ante la puerta de un palacete ricamente decorado según la tradición magrebí. Nuestro guía entró en él, indicándonos que le siguiéramos. Lo hicimos y tras recorrer varios pasillos y estancias llegamos a un amplísimo salón donde en un grupo de mesas que ya estaban preparadas para nosotros nos sentamos a almorzar. Eché una mirada a mi alrededor, era como estar en un palacio de “Las mil y una noches”. Los techos eran altos y artesonados con talla y policromía, y la decoración de todas las paredes era exquisita y variada.
Nos pusieron
un menú con platos típicos de la tierra muy bien condimentados. Y como ya era habitual
pedimos un buen vino tinto para acompañar a la comida. El postre fue excelente.
En tertulia tuvimos una sobremesa agradable. En ella nuestro guía Yunes nos dijo:
que cuando saliéramos de allí iríamos a un lugar de la Medina donde nos iban a mostrar
una inmensidad de perfumes.
Fin de la novena parte.
Continuará
TEXTO: Manuel Ochando.
FOTOGRAFIAS: Rosario Sabariego, Juan Martos, Inma Martínez, M. Ochando. JARE.
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