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jueves, 20 de noviembre de 2014

Abderramán III.



Fue el octavo emir independiente de al-Andalus de la dinastía Omeya. Nació en el 891 y murió en el 961. Tuvo un largo reinado de 49 años pues llegó al poder con 21 años.  
            Aunque en principio el sucesor de Abd Allah iba a ser su primogénito Muhammad, la muerte de éste por las intrigas de su hermanastro al-Mutarrif y la desconfianza de Abd Alláh en sus propios hijos hizo que éste escogiera como heredero a su nieto Abderramán, hijo de Muhammad y de una concubina cristiana.


            Abderramán heredó un emirato que territorialmente estaba circunscrito sólo a los alrededores de Córdoba, pues el resto del territorio de al-Andalus estaba bajo dominio efectivo de los diferentes jefes rebeldes, la mayoría de origen autóctono. Así que la primera tarea de Abderramán fue la de llevar a cabo la conquista y sometimiento efectivo de al-Andalus y sus marcas. Empezó por someter a las Coras y ciudades díscolas andalusíes, consiguiendo acorralar en su fortaleza de Bobastro al mas significativo y poderoso de estos líderes rebeldes al poder cordobés como era Omar Ibn Hafsún y sus hijos. Después siguió con las marcas inferior (conquistando Mérida y Badajoz); la marca media con capital en Toledo donde gobernaba de forma independiente la dinastía Di-l-Nun, y la marca superior donde se mantenía también de una forma independiente la dinastía de los Banu Qasi.
            Una vez que consiguió controlar al-Andalus, se sintió tan seguro y poderoso que en el 929 se autoproclamó Califa, rompiendo el teórico vínculo religioso con el califato abassí de Bagdad, como unos años antes habían hecho los fatimíes del magreb que también habían declarado un califato independiente.
            De hecho podemos considerar a Abderramán III como el auténtico unificador administrativo y fiscal del gran al-Andalus. A partir de ahí sólo le quedaban dos grandes problemas. Uno al sur representado por el Califato fatimí de Túnez –después trasladado a Egipto- al que consiguió mantener a raya consiguiendo, incluso, instaurar una especie de protectorado andalusí en el norte de Marruecos.
El otro gran quebradero de cabeza era el cada vez más fortalecido reino de León donde había subido al trono su alter ego, el rey Ramiro II con el que mantuvo una relación de batallas por un lado (unas ganadas y otras perdidas como la de Simancas donde casi pierde la vida) y pactos circunstanciales. Incluso podemos resaltar la intervención del califa en la contienda sucesoria a la muerte del rey leonés Ramiro.  
            Otra de las preocupaciones de Abderramán III era controlar el comercio del mediterráneo para lo que creó una gran flota con base en la ciudad de Pechina.
            Como hijo y nieto de cristianas del norte –parece que estaba emparentado con los reyes de Navarra-, físicamente era de piel muy blanca y de ojos azules, aunque de estatura era más bien bajo. Cuentan los cronistas que le gustaba la bebida y que era bastante cruel. Incluso quiso estar presente en la decapitación de uno de sus hijos que se había rebelado contra él.   
Durante su largo reinado fortaleció la administración del Estado Califal favoreciendo un estado asistencial con la potenciación de servicios públicos como la enseñanza básica a través de la extensa red de mezquitas, y la sanidad, favoreciendo el estudio de la medicina y manteniendo extensos huertos de plantas medicinales en las grandes ciudades.
Mandó construir una ciudad palatina a las afueras de Córdoba conocida como Medina Azahara. Esta ciudad, urbanísticamente podemos considerarla como una ciudad moderna, con sus zonas comerciales, administrativas, militares y residenciales. También tenía muchos espacios verdes y contaba con un zoológico.
  Fue bastante tolerante con las otras religiones del libro. De hecho, entre sus colaboradores más cercanos se encontraban judíos, como su médico personal el jienense Hasday Ibn Shaprut, y cristianos como el obispo Recemundo de Córdoba al que mandó como embajador ante el emperador Otón I de Alemania .

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