De camino a Xauen |
Era agradable circular por la
carretera de montaña, siguiendo en ocasiones el curso de un limpio río que bajaba
de la montaña. No nos cansaba ver el espeso bosque de encinar que nos
circundaba, el bosque Mediterráneo, y contemplar de vez en cuando hazas
sembradas que mostraban su verdor. Viajábamos inmersos por el Marruecos verde. La
imagen estereotipada de un Marruecos seco y sediento de agua, a la vista de lo
que veíamos se estaba desmoronando. Tras salir de alguna curva de la carretera
se nos aparecía alguna qábila blanca de campesinos. Puntos blancos que veíamos
de trecho en trecho entre el follaje verde, que simulaban ser guardianes de las
montañas por las que circulaba nuestro autobús sobre una estrecha carretera.
Yunes, nuestro guía logístico
marroquí, nos dirigió algunas palabras alusivas al paisaje que veníamos
admirando. Nos informó sobre temas concretos de Xauen, el pueblo de montaña al
que nos estábamos acercando. Nos dijo que tras la visita al pueblo y a su
Medina, almorzaríamos allí. Poco después del almuerzo –nos dijo- cogeremos de nuevo el autobús, porque nada más
ponerse el sol deberemos haber llegado a Fes, ciudad en la que pernoctaremos.
Por mi parte como me había
propuesto me dispuse a dar a mis compañero@s algunas notas informativas sobre la
historia de este bello pueblo que, tras divisarlo, tanto se nos asemejaría a
los pueblos de la Alpujarra granadina, que parecen rosas blancas colgadas en
las laderas de las montañas.
Nos informa Rodolfo Gil Benumeya en su obra “Marruecos Andaluz” que la desaparición del reino andalusí de Granada fue un corte brusco que separó a Andalucía de Marruecos. Éste se concentró sobre sí mismo cerrando sus puertas a los extranjeros. Se formó ese Marruecos arrinconado en el que en 1920 había ciudades como Xauen, desconocidas totalmente a pesar de estar al lado del estrecho. Las formas de vida quedaron cristalizadas gracias al aislamiento. Allí los artesanos andaluces seguían los viejos oficios. Sus murallas eran el estuche que encerraba escondida la joya de la vieja civilización andaluza del Jalifato.
Tras el exilio andaluz la mayoría
de los andaluces se derramaron por los campos del Rif poniendo tallercitos y
tiendecitas en los más remotos poblados. Con el paso del tiempo por matrimonios
se mezclaron con los cabileños y adoptaron su vestimenta hasta llegar a una
perfecta fusión. Los campesinos de estas zonas hablan el árabe andalusí de las
ciudades de al-Ándalus, aunque restringido por su sencillo estilo de vida
rural. Hay datos de la emigraciones de estos andaluces, aunque ahora reseñaré
solo las que hicieron los andaluces de Alcalá la Real a Alhucemas, ya en el
Rif, y sobre todo la de los granadinos que se fueron a Xauen. Estas
emigraciones son de fecha de 1492.
Nos cuenta Benumeya: Xauen es la metrópoli y símbolo de estas
emigraciones perdidas por las montañas. Había sido hay fundada en 1471 por un famoso
místico granadino Alí ibn Rachid. Pero la forma actual de Xauen data de 1492,
fecha en la que Muley Alí ibn Musa ibn Rachid (primo de ese Alí ibn Cherif) le
dio su actual emplazamiento y construyó una alcazaba casi tan grande como la
ciudad. Hoy se ha instalado en esa alcazaba un carmen granadino que ayuda a
darle carácter. Xauen refleja una Granada sencilla, de talleres telares,
industrias de chilabas y tapices, cuestas entre tapias, escalerillas de piedras
gordas, influencia de sierras… un rincón del Albaicín, con sus tejadillos donde
las casitas trepan por las rampas.
En esta región del Rif, donde está Xauen, pero en Axdir, provincia de
Alhucemas, nació en 1882 o 1883 Abd-al-Krim,
patriota Rifeño, del norte de Marruecos, que entre 1921 y 1926 luchó contra los
ocupantes españoles y franceses para liberar a su patria.
Cursó el Bachillerato español en Tetuán y Melilla,
más adelante estudió Derecho
Islámico en la Universidad de
Qarawiyyin, en Fez, y después, Derecho en la Universidad de Salamanca, en
España. Fue un brillante estratega militar, culto, que se desempeñaba como juez musulmán en Melilla y editor de un diario moderado del Rif.
Mantenía buenas relaciones con las autoridades españolas, e inclusive, apoyó a
la administración ibérica a consolidar el control en la región.
La acción desmedida de un arrogante funcionario español y su puesta en prisión por un incidente menor fue el detonante que convirtió al condescendiente letrado musulmán en un ferviente enemigo de sus antiguos patrones. Una vez libre, Abd-al-Krim se dirigió a su lugar de nacimiento donde inicio un movimiento revolucionario y nacionalista, incitando y organizando la resistencia armada por parte de las tribus del Rif y de los Jibala.
Condujo en 1921 a su tribu contra un puesto militar español en la cadena montañosa de Er Rif (Marruecos), mató a 16.000 soldados y llegó hasta las puertas de Melilla. En el año 1925 las fuerzas francesas bajo el mando del mariscal Henri-Philippe Pétain y el ejército español iniciaron operaciones contra los rifeños. Durante un año hubo duros combates, aunque finalmente los ejércitos combinados derrotaron a sus tropas, tras el desembarco de Alhucemas del 8 de septiembre de 1925 y la toma consiguiente de Axdir, que puso fin en junio de 1926 a los combates.
La acción desmedida de un arrogante funcionario español y su puesta en prisión por un incidente menor fue el detonante que convirtió al condescendiente letrado musulmán en un ferviente enemigo de sus antiguos patrones. Una vez libre, Abd-al-Krim se dirigió a su lugar de nacimiento donde inicio un movimiento revolucionario y nacionalista, incitando y organizando la resistencia armada por parte de las tribus del Rif y de los Jibala.
Condujo en 1921 a su tribu contra un puesto militar español en la cadena montañosa de Er Rif (Marruecos), mató a 16.000 soldados y llegó hasta las puertas de Melilla. En el año 1925 las fuerzas francesas bajo el mando del mariscal Henri-Philippe Pétain y el ejército español iniciaron operaciones contra los rifeños. Durante un año hubo duros combates, aunque finalmente los ejércitos combinados derrotaron a sus tropas, tras el desembarco de Alhucemas del 8 de septiembre de 1925 y la toma consiguiente de Axdir, que puso fin en junio de 1926 a los combates.
Mientras narraba estos apuntes
sobre la historia de este pueblo, el autobús de Fran con el que viajábamos
había llegado a las afueras de Xauen. Este bello pueblo blanco y azul se
recostaba en la ladera de una verde montaña. Pasamos junto a una portada
emblemática que da la bienvenida al viajero, y junto a una espaciosa plaza paró
nuestro vehículo. Bajamos todos y nuestro cicerone Yunes nos presentó al guía
de Xauen. El programa era ver el pueblo y almorzar en una de sus
casas-restaurantes típicas.
Desde una espaciosa plaza nos
internamos en la Medina de Xauen, y empezamos a sentir la sensación de vivir en
otra época. Calles estrellas encaladas de cal en la que predomina el azulete
dan a las calles un ambiente añil relajante y hermoso. El suelo de estas calles
lo forman losas de piedra circundadas por un fino empedrado de pequeños cantos
rodados. Paseamos por el interior de la Medina, admirando sus pequeños
pasadizos que bajo las viviendas comunican distintas callecitas. En sitios
estratégicos aparecen bellos pilares enclavados bajo artísticos arcos lobulados
apuntados, ideales para hacerse una bonita foto.
El encalado con azulete de las
fachadas está en muy buen estado en su parte baja. No así en la parte alta de
sus fachadas, que muestra cierto abandono, seguramente debido a la penuria
económica de la actual época.
La gente de Xauen es amable. Josefina
en una de sus callecitas saltó a la comba junto con unos niños, sin separarlos el
distinto idioma de ambos. La dificultad del idioma en parte nos la paliaba
nuestro guía que nos explicaba lo esencial de este pueblo y cualquier
sugerencia que le hacíamos. Después de admirar las mercancías que se mostraban
en las callecitas de la Medina, y las bellas portadas de algunas viviendas que
aparecían en alguna calle, Yunes nos dijo que entráramos en una típica casa
donde ya nos tenían preparado el almuerzo.
Subimos por un estrecha escalera
a un espacio donde tenían preparado el comedor en mesas pequeñas. En diversos
cuencos nos fueron sirviendo una comida típica de la tierra que en general
gustó a todos. La cerveza o el vino se paga a parte, y por lo general está un
poco subido de precio. Yo que soy un poco comilón, a decir verdad los platos me
supieron a poco.
Tras la charla de sobremesa salimos en dirección
al autobús ya que Fran nos dijo que deberíamos partir rápido porque nuestro
destino para pernoctar era Fez, y esta ciudad quedaba lejos por lo que no
debíamos perder tiempo. El café nos informó que lo tomaríamos en ruta en un buen
café-restaurante que hay en la carretera por la que íbamos a transitar.
Nos alejamos de Xauen, con la
vista puesta en este pueblo blanco y azul. En la loma de su montaña se veía una
mezquita con su alminar, tal vez antiguo ribat que se dedicaba a la vigilancia
y a la oración. Simbiosis con nuestras actuales ermitas que están enclavadas en
la cima de cada pueblo andaluz.
Llevábamos aproximadamente una
hora circulando en el autobús, cuando Fran se salió de la carretera a una zona
cubierta de frondosos árboles que daban cobijo al café restaurante. Nos bajamos
y cada cual hizo sus necesidades. Nos juntamos con quien nos apetecía charlar y
cada cual pidió té o café según sus preferencias. Yo y Juan Martos pedimos un
café, por cierto excelente, que saboreamos mientras descansamos relajados con
una interesante charla que aludía a las intensas vivencias del día que
estábamos viviendo.
Tras el breve descanso partimos
de nuevo, confiados en la buena conducción de Fran, que nos daba seguridad. El
fértil paisaje se sucedía. Habíamos abandonado la zona montañosa del Rif, y
ahora el paisaje se volvía ondulado alternado con la llanura. Estábamos
atravesando el Marruecos verde.
El sol se estaba ocultando y
nuestro vehículo avanzaba sin parar de nuevo en ningún sitio. Pronto apareció
la noche, y con ella en un horizonte cercano fueron apareciendo un sin fín de
luces. Estas luces eran de la gran
ciudad de Fez. Yo me había imaginado que Fez era más chica, y no la gran urbe
que aparecía ante nuestros ojos. Yunes, mientras yo cabilaba, ya nos estaba dando
una extensa información sobre esta prestigiosa y antigua ciudad. Cuando terminó
me tocó a mí mostrar la historia de esta urbe, analizada desde el conocimiento que los andaluces
tenemos sobre ella. Pero esta crónica la haremos en el relato siguiente que corresponde
a la ciudad de Fez.
Fin de la tercera parte.
Continuará.Texto: Manuel Ochando.
Fotografias: Juan Martos, Inma Martínez, Mª José Madrid, Rosario Sabariego, JARE.
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