Muhammad ben
Harit al-Jusaní, o Aljoxaní nació en Qayruán (Túnez),
aunque no conocemos la fecha, y murió en Córdoba en el 971.
En
Qayruán estudió derecho, y siendo todavía joven se trasladó a Córdoba donde
completó su formación académica. Fue historiador, orador elocuente y poeta.
Compuso por encargo del Califa Al-Háqem II muchos libros. Se dice que escribió
por encargo suyo 100 diwanes y, entre otros, un libro sobre los hombres
ilustres de al-Ándalus. También se le atribuye una “historia de los africanos”
y conocemos también otras obras suyas como “Clases de jurisconsultos de la
secta de Malik” y el libro Al-Iktibas.
Pero
la obra por la que es más conocido es Historia
de los jueces (o cadíes) de Córdoba (Kitáb
al-qudá bi-Qurtuba), donde se recopilan, hasta el año 969, escritos o
apuntes biográficos sobre los cadíes de Córdoba. Conocemos esta obra gracias a
un manuscrito que se ha encontrado en la biblioteca de Oxford. Es una copia
realizada en el 1295 por El laguatí, según dejó escrito el propio copista en la
última página.
La
realización de esta obra fue una sugerencia del propio Califa Alháquem II, y
así lo expone el propio Aljoxaní en la introducción de la obra: “Cuando el
príncipe ordenó que se compusiera el libro de Los jueces dedicado exclusivamente
a aquellos que ejercieron el cargo aquí, en tierras occidentales, en la gran
corte de Córdoba...”
El
autor contaba para la realización de este trabajo de diversas fuentes: unas
escritas como eran los documentos de los archivos cordobeses, tanto los del
palacio real, a los que tenía privilegiado acceso por recomendación del Califa,
como el archivo de la propia curia de los jueces cordobeses, donde se guardaban
por escrito informes de diferentes casos; pero sobre todo acudió a los
informaciones orales que guardaban en su memoria el pueblo cordobés. Algunas de
ellas parecen haber sido transmitidas en lengua romance y Aljoxaní las traduce
al árabe. Incluye algunas en el que el poder no sale muy bien parado en el
caso, lo que demuestra el espíritu tolerante de Alháquem II, aunque las
anécdotas se refieren a periodos anteriores a su mandato.
Los
jueces eran nombrados por el soberano que normalmente elegía entre los
candidatos que le presentaban sus ministros y personas de prestigio de la
sociedad cordobesa. El soberano también debía de tener en cuenta la aceptación del
pueblo, por lo que procuraba elegirlos entre personas de una conducta
intachable, de moral íntegra y de vida
sencilla, Estas cualidades estaban incluso por encima de otras como su nivel de
instrucción académica o sus conocimientos teológicos y jurídicos.
En
esta obra hay datos y anécdotas de la vida social cordobesa que nos llaman
poderosamente la atención por desmentir, en cierta manera, algunas cuestiones
de la historiografía oficial que a menudo se basa en crónicas oficiales y
estereotipos que distorsionan la realidad.
Una
de estas curiosidades del libro “Historia de los jueces de Córdoba” es ver como
Aljoxaní tiene que inventarse, con relatos bastante inverosímiles de creer, la
existencia de los primeros jueces de la época de los gobernadores, época de la
que no existen documentos contemporáneos de ningún tipo y la que se ha
reconstruido por crónicas posteriores que “adaptan” la historia a la realidad
posterior.
La
impresión que nos da la historia oficial de al-Ándalus es la de una sociedad
casi monolingüe, donde el árabe era la lengua casi exclusiva de la
sociedad. Sin embargo, una de las
realidades que nos describe Aljoxaní, durante el Emirato y principios del
Califato, es que la mayoría de la población hablaba habitualmente el romance
andalusí; pero no sólo los cristianos, sino los judíos y musulmanes; y no solo
las clases bajas, sino incluso en las más altas esferas del poder.
De las anécdotas que relata Aljoxaní
podemos constatar, aunque nos parezca sorprendente después de tres siglos de
dominación “árabe” que a muchos andalusíes les resultaba difícil expresarse en
árabe, que había un sabio musulmán que se vanagloriaba de hablar en romance, y
que no era extraño en esa época que un cadí impartiera justicia en romance y
que, incluso, alguno no dominara el árabe.
Se
suele tener en el imaginario popular colectivo que los musulmanes utilizaban
turbante en la época de al-Ándalus, pues bien, en la época califal, esta era
una prenda rechazada por el pueblo y que ni siquiera los cadíes usaban. Así lo
explica Aljoxaní en boca de un juez de Córdoba al que le preguntan por el uso
del turbante: “Si yo me pusiera turbante, la gente me dejaría solo en este
uso y no me imitaría...”
Otra
de las curiosidades que podemos ver es la tolerancia que había con la ingesta
de alcohol y la borrachera con la que los jueces solían hacer la vista gorda, a
pesar de estar prohibida por la ley islámica.
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