Abd Allāh
Ibn Aḥmad al-Mālaqī (el malagueño) y al-Nabatí (el botánico)
mas conocido como Ibn al-Baytar (el hijo del
veterinario), fue un médico y botánico andalusí que nació a finales del
siglo XII en una fecha desconocida, quizás entre 1180 y 1190, en la provincia
de Málaga- se cree que en Benalmádena-. Murió en Damasco en el año 1248.
Además
de los preceptivos estudios coránicos de la enseñanza primaria, mostró gran
interés por el estudio de otras materias como la botánica, la medicina -especialmente
la farmacopea, tan íntimamente ligada a la botánica-, así como los minerales,
los paisajes, historia y astronomía.
Tras su primera etapa de formación en Málaga,
se trasladó a Sevilla a profundizar en el estudio de la botánica con varios
maestros, entre ellos Abu-l-´ Abbas al-Nabati, con los que empezó de herborista
recogiendo plantas por el territorio de al-Andalus, anotando su utilidad y la
mejor forma de aplicarlos para la cura de diferentes enfermedades.
Durante
esos años en al-Andalus se vivía en continua tensión bélica por los
enfrentamientos entre los Almohades, que dominaban al-Andalus, y los reinos
cristianos del norte que seguían con sus conquistas militares por tierras
andalusíes ganando batallas a los norteafricanos como las de las Navas de
Tolosa de 1212. En ese contexto Ibn al-Baytar llegó a servir en el ejército
musulmán como médico acompañándolo en algunas batallas. Esta experiencia de
curar heridas de guerra le sirvió como práctica en su carrera de médico.
En 1220
decidió abandonar al-Andalus y emprender un largo viaje por el norte de África
y Egipto. En Marruecos estuvo recorriendo el Atlas recolectando especies
vegetales. Luego llegó hasta Orán donde pudo ejercer su profesión gracias a las
cartas de recomendación de conocidos malagueños que tenían muchos contactos
comerciales en esa ciudad. Su fama de médico iba creciendo en el Magreb a la
misma vez que iba creciendo su catálogo de especies clasificadas en su
farmacopea.
Sus
viajes por las ciudades del norte de África continuaron, hasta que se instaló
en Egipto donde la medicina estaba muy avanzada en ese tiempo. Estuvo en
Alejandría y el Cairo, en cuya Universidad de al-Azhar impartió clases. Desde
allí no dejó de viajar en busca de plantas y nuevos conocimientos sobre sus propiedades
y utilidades, entrevistando a todo tipo de personas que tuvieran algún
conocimiento sobre la materia.
Su fama
de galeno y botánico llegó a oídos del Sultán al-Malik
al-Kámil que lo nombró encargado de los herboristas. En Egipto hizo amistad con
otro médico sirio, Ibn Abi Usaybia, que el Sultán había nombrado director del
hospital de el Cairo. Cuando el sultán muere en 1238 Ibn al-Baytar se marcha a
Damasco con su amigo con quien recorría la zona en busca de nuevas plantas para
aumentar su catálogo de farmacopea. En Damasco le sorprende la muerte,
paradójicamente, al parecer por la ingestión de una planta que resultó ser
venenosa.
Fue
autor de diversas obras médicas –se le atribuyen once tratados- entre las que
destacan las farmacológicas. De ellas, la más conocida y divulgada fue “El
libro que recopila los medicamentos y los alimentos simples” conocido como
Kitab al-yami. Este tratado es una enciclopedia de todo lo se conocía hasta el
momento sobre el tema.
Recopiló todas las noticias sobre los medicamentos
y los alimentos simples que habían recogido los sabios antiguos como
Dioscórides y Galeno, y los musulmanes como al-Gafiqi, al-Razi y una larga
lista entre los que incluye a ilustres andalusíes como Ibn Zuhr, pero
curiosamente no incluye a otros como los conocidos Averroes y Maimónides.
En su libro tuvo en cuenta las
informaciones sobre simples de todos esos autores, confirmándolos,
reelaborándolos y añadiendo unos 200
nuevos, hasta 1.400, contando los de origen vegetal, animal y mineral,
una cifra mucho mayor que la que recoge Dioscórides en su Materia médica, la
gran obra de referencia hasta entonces.
Hacía una detallada explicación
de las propiedades de cada planta como remedio y las clasificaba según sus
propiedades como antifebriles, analgésicos, estimulantes, calmantes,
cicatrizantes, digestivos y otras categorías. Esa clasificación ayudó
enormemente a los médicos de su época y de siglos posteriores. Por eso su obra
se fue reeditando hasta el siglo XIX quedando así reconocida la vigencia y
calidad de su labor.
En otra de sus obras: “El tratado
sobre el limón” demuestra ser un gran conocedor de los cítricos y sus múltiples
virtudes alimenticias, curativas y preventivas.
Por la gran trascendencia e
importancia de su obra Menéndez Pelayo lo calificó como el “Dioscórides español”.
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