Desaparecida la monarquía tartésica que unificaba el sur peninsular, parece
que se establece una especie de “reinos de taifas” donde los jefes militares o
personajes mas pudientes de las distintas ciudades tartésicas se hacen con el
poder local o regional de los diferentes pueblos que habían conformado la
confederación tartésica, como los Turdetanos, los Oretanos y los Bastetanos o
Mastienos.
Seguramente que estos pueblos tendrían que pagar algún tributo al imperio
cartaginés que era el que dominaba el comercio del mediterráneo occidental
desde el primer tratado entre cartagineses y romanos en el 509 a. de C., y
seguramente que los pueblos de la antigua Tartesos vivirían tranquilos hasta
que Amilcar Barca decidiera, después de la primera guerra púnica contra los
romanos, explotar directamente las enormes riquezas del sur peninsular. Entre
estas riquezas hay que destacar las metalúrgicas de la Oretania, región
tartésica situada en la cuenca alta del Guadalquivir, el antiguo río Tartesos
“que nace de la montaña de la plata”.
Entre las ciudades de la región de la Oretania tenemos que destacar a
Cástulo, situada a pocos kilómetros de la actual Linares, junto al río
Guadalimar, que era la capital o ciudad más importante de los oretanos.
Parece que son estas zonas de la alta Andalucía las que toman el relevo
en la riqueza minera una vez agotados los recursos de la zona de Huelva.
Precisamente es en el territorio de la actual provincia de Jaén, donde
confluyen los límites de tres de los antiguos pueblos de la confederación
tartésica como los turdetanos, con ciudades importantes como Iliturgi; los
oretanos con Cástulo como ciudad principal; y los bastetanos que llegan hasta
los límites de la propia capital de Jaén con la ciudad de Mentesa Bastia (La
Guardia). Es en esta zona donde se desarrolla a la caída del imperio tartésico
(siglos VI y V a. de C.) una cultura
material caracterizada principalmente por un tipo de escultura y cerámica, y
que con el tiempo (siglos IV a de C. al I de nuestra era), al extenderse hacia
la costa levantina y el norte mediterráneo peninsular, se ha conocido como
cultura ibérica.
Las riquezas metalúrgicas de la
región de Cástulo, que ya se conocían desde la época calcolítica de la cultura
del Algar, atraen a los cartagineses que necesitan reponer sus arcas después de
las primeras guerras púnicas.
El general cartaginés Amilcar Barca, desembarcó en Cádiz en el 237 a. de
C. y conquista bastantes ciudades de la Bastetania, la Turdetania y la
Oretania. Su sucesor y yerno Asdrúbal prefiere una política más diplomática que
militar, consiguiendo atraerse a sus jefes con alianzas.
Cuentan las leyendas que la princesa
Himilce conoció a Aníbal cuando ella se encontraba en el santuario de Auringis,
en Jaén. La gran belleza de Himilce sedujo al joven general púnico y el amor
surgió entre ellos. El poeta Silio Itálico narra la boda de Aníbal e Himilce y
cuenta que tuvieron un hijo, de nombre Aspar. La boda tuvo lugar en el templo
de Tanit, en la antigua Cartagonova.
También cuenta el poeta de los empeños de la princesa oretana para que su
marido evitara la guerra con Roma. Aníbal, sin embargo, termina declarando la
guerra a Roma organizando un gran ejército para atacar por tierra, entrando en
la península itálica por el norte atravesando los Pirineos y los Alpes. La
princesa Himilce, a pesar de no estar de acuerdo con la guerra, quiso acompañar
a su marido en la expedición. Aníbal no lo permitió y la dejó confinada en la
ciudad de Cartago, donde murió víctima de una epidemia y sin volver a ver a su
amado Aníbal.
Actualmente, en la ciudad de Cartagena se rememoran las bodas de Aníbal e
Himilce con una representación bastante fidedigna. En Linares existe una estatua
de esta bella princesa jienense.
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