Nació en Córdoba en el año 256, y murió a la edad de 101 años, en el 357.
Osio, miembro de una familia de la aristocracia bética de Córdoba, es elegido
obispo de su ciudad natal en el 294 y sigue siéndolo cuando se celebra el
concilio de Iliberri en los primeros años del siglo IV (también conocido como
concilio de Elvira). También parece que está al frente de la diócesis cordobesa
cuando el emperador Diocleciano promulgó los edictos contra los cristianos en
el 303.
Curiosamente este personaje, a pesar de ser bastante desconocido, sin
embargo podemos considerarlo como una pieza clave en la consolidación del
cristianismo en los territorios del imperio romano, en general, y de la Bética,
en particular.
Osio vivió la primera mitad de su dilatada vida, una etapa en la que el
cristianismo fue arraigando entre los hispanos a pesar de estar perseguidos
como una secta secreta y peligrosa para el Imperio. Esta implantación de la
iglesia entre los hispanos, en general, y especialmente entre los béticos, lo
podemos deducir de la celebración en la antigua ciudad turdetana de Iliberri
del primer concilio hispano del que se tiene noticias y uno de los más
importantes llevado a cabo en las provincias romanas antes del gran concilio
ecuménico de Nicea. A este concilio, presidido por el obispo Félix de Acci (la
actual Guadix) la mayoría de los obispos y presbíteros que acuden son de la
bética, entre ellos el obispo Osio de Córdoba .
En esta época ya vemos la aceptación del cristianismo por parte de la
oligarquía económica de la bética, como es el caso del propio Osio. Esta
circunstancia la vemos reflejada en algunos de los cánones del Concilio de
Ilíberri que consagran y ratifican el orden social existente. Como curiosidad,
podemos resaltar de este concilio uno de sus cánones donde se recoge la
prohibición de las imágenes en las iglesias.
Pero el cordobés Osio también es un personaje central en la extensión del
cristianismo por el imperio romano y en el triunfo del catolicismo en el
concilio de Nicea sobre otras posturas discordantes del cristianismo como el
donatismo y el arrianismo.
Osio vivió y sufrió en sus carnes la persecución a los cristianos del
Emperador Diocleciano. Esta persecución, a pesar de ser la última, fue la más
sangrienta y la que originó el martirio de muchos cristianos que se negaban a
adjurar de su fe. El mismo Osio, aunque no llegó al martirio, sí sufrió grandes
torturas, lo que le sirvió para adquirir un gran prestigio entre los cristianos
con el apelativo de “confesor de la fe”.
Parece que este prestigio le llevó a ser consejero del Emperador
filocristiano Constantino I y, seguramente, su intermediación sería decisiva
para que el Emperador promulgara en el año 313 el conocido como edicto de
Milán, por el que se dejaba de perseguir a los cristianos y se legalizaba la
libertad de culto, permitiendo el cristianismo como otra de las religiones del
imperio. Gracias a ese edicto el cristianismo se difundió muy rápidamente por
todas la provincias.
Osio también tuvo una intervención decisiva en la confrontación que hubo
en su época entre una visión del cristianismo, conocida como arrianismo, que
negaba la divinidad de Cristo y la que defendía la divinidad del Hijo y del
Espíritu Santo, junto con la del Padre. Esta era la postura conocida como
trinitarismo y que en el concilio tuvo como máximo defensor al sacerdote
norteafricano Atanasio de Alejandría.
El obispo cordobés es el que preside el concilio ecuménico de Nicea en el
325, que es, donde se puede decir que nace el catolicismo actual. En Nicea se condena el arrianismo y se
proclama el credo de la fe cristiana. Ese credo, modificado ligeramente en un
concilio posterior de Constantinopla –en el que se le añade la divinización del
Espíritu Santo, es el que es el que ha llegado hasta nuestros días.
Siendo ya muy anciano, el emperador pro-arriano Constancio II, decide
terminar con la gran influencia de Osio y le obliga a condenar a Atanasio de
Alejandría que seguía combatiendo el arrianismo. Osio, a pesar de sus cien
años, todavía tiene fuerzas para enfrentarse a los dictados del Emperador y le
contesta con una carta en la que se niega a condenar a Atanasio y le exige que
deje de inmiscuirse en los asuntos de la Iglesia. A pesar de esta firmeza,
parece extraño que Osio firmara un año después en el concilio de Sirmio una
abjuración del credo niceno. Si eso fue una equivocación, no le dio tiempo a
rectificar pues murió en esa localidad poco después con 101 años.
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